Enclavado a las faldas de la sierra de Cádiz, Prado del Rey forma parte, junto a 19 localidades más, de la Ruta de los Pueblos Blancos. Es un pueblo joven, fundado en 1768, así que “solamente” tiene 252 años.
El planeamiento urbanístico de su centro urbano llama la atención del viajero por sus calles de trazo lineal y manzanas perfectamente cuadriculadas, característica común, al parecer, entre las nuevas poblaciones fundadas por Olavide. Sus fachadas encaladas y los naranjos, limoneros y arriates que adornan sus calles le dan al pueblo una belleza extraordinaria. Sus fuentes de agua (la de Allá y la de Acá, y la fuente del Pilar), el Pósito de labradores y la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora del Carmen, de estilo neoclásico, son las principales atracciones del pueblo. Además, dentro del término de Prado del Rey, se encuentra la ciudad romana de Iptuci, que data del siglo II de nuestra era, y las importantes salinas de origen fenicio, con casi 3.000 años de antigüedad y que actualmente siguen produciendo sal de forma completamente artesanal.
Como pasa en todos los pueblos, lo mejor de ellos son, indudablemente, sus gentes, en este caso los pradenses (“poblaores” o “pinchauvas”, como se nos conoce popularmente en la zona) que acogen al visitante como si fuera un vecino más. El que esto firma, tiene la inmensa suerte de vivir en un pueblo alegre (con su romería de San Isidro Labrador, la Velada del Carmen, la Feria de la Miel o la Feria de Septiembre), trabajador (la agricultura, la marroquinería, la carpintería y la hostelería han sido sus actividades principales), culto (en la primera mitad del siglo XX llegó a tener la mejor biblioteca de la comarca) e inquieto (el Club Senderista Tritón y sus 100 millas Sierras del Baldolero, la Asociación de Tiradores de Elastiqueras y sus concursos de tirachinas o el Ateneo Almajar y sus diversas actividades culturales). Un pueblo que desprende música y talento por los cuatro puntos cardinales.
Tierra de buenos caldos, con bodegas propias donde elaboran el famoso vino de Pajarete o el mejor mosto de la provincia (con permiso de Trebujena), y una gastronomía donde la chacina y, sobre todo, la miel, destacan sobre los demás productos. Si el viajero quiere disfrutar con una comida casera tradicional, puede visitar las ventas pradenses, no se arrepentirá, es más, se hará completamente adicto a ellas.
Además de todos estos alicientes, y por si fuera poco, el pueblo está a un tiro de piedra de la monumental Arcos de la Frontera, a un lado, y de la hermosa sierra de Grazalema (con sus ríos, bosques y montañas) al otro. Un pueblo lleno de posibilidades donde podrá descansar, tomar un café o una cerveza en las terrazas del centro, bajo la siempre agradecida sombra de los toldos y asistir a la trepidante vida social y cultural de nuestro querido pueblo.
No digo más, si quiere saber otros muchos detalles, ha de venir en persona. Ahora más que nunca tenemos que apostar por el turismo rural, visitar nuestros pueblos, hablar con los paisanos y disfrutar de unos parajes inolvidables. No hay que ir tan lejos, tenemos un auténtico paraíso al alcance de la mano. ¿Le parecen pocos los motivos para venir a Prado?
Foto: Alfonso Moreno.
Foto: Isabel Blanco.
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