Aire fresco, por Ana Santamaría

Todos los que escribimos, o los que alguna vez han asistido a un taller de escritura creativa, habrán realizado el siguiente ejercicio. Buscar en el periódico algún titular y sin leer nada más, escribir la historia que correspondería con ese tutorial. Cuando lo haces en una clase y luego expones los trabajos en común, es muy interesante ver cómo de un mismo titular salen un sinfín de historias, totalmente diferentes unas de otras y cada cual más curiosa. Y si la comparas con la real puedes quedarte corto, ya lo dicen muchos guionistas "la realidad supera la ficción".

Aparte de este método, hay muchos otros para ejercitar la mente y crear historias (tormenta de ideas, palabras del diccionario, crearles una vida a la gente de tu alrededor, y un largo etcétera). Da igual que sean ridículas ni sin sentido. Lo importante es escribir, lograr pasar del temido bloqueo del escritor o el "síndrome de la página en blanco". 
Así que a todos los que os guste escribir, os animo a abrir cualquier periódico por cualquier página y señalar una noticia. Buscad el titular y a crear. 

Hoy os traigo este relato que realicé en un taller de escritura creativa en Algodonales en el 2015. 

El titular de la noticia era el siguiente: Una mujer herida al estallarle el reposacabezas del coche. 

Y a partir de aquí tocaba improvisar.

Dos largos meses, dos largos y tediosos meses me quedan para terminar mi castigo en servicios sociales. Acompañar a una vieja, una odiosa y rica vieja cuyo único afán en lo que le queda de vida es joder a los demás. A ella le gusta que la llamen señora Catalina. Yo la llamo "la vieja insufrible que se cree que la gente está para servirla". Un mes llevo con ella y cada día es más duro. 

Mi condena es de tres meses y no veo el momento de que llegue el final. Mis colegas se han ofrecido para hacerle una "visita de cortesía", pero no me puedo meter en más líos y no quiero que me amplíen la condena y seguir aguantándola. Ir todos los días durante cinco horas me parece más que suficiente de sufrimiento.

Los lunes nos toca pedicura, los martes llevamos a Susú a la peluquería canina, los miércoles hacemos la compra, los jueves vamos a la peluquería y los viernes vamos de tiendas. Los fines de semana son míos. 

Hoy, como siempre, estamos puntuales a las 10 en la peluquería. A decir verdad hemos llegado 15 minutos antes, como siempre. Y como siempre, Clara la peluquera nos ha saludado y nos ha dicho que nos sentemos a esperar. Y como siempre me ha tocado ir al kiosco de la esquina a comprar una revista porque la señora Catalina no lee nada que haya podido tocar cualquier otra gente, que vete tú a saber qué clase de gente son. Pero hoy Catalina se ha levantado de peor humor que de costumbre y está más insufrible que nunca. No para de refunfuñar, y he tenido que pedir perdón a cuatro personas en el camino por sus groserías. 

La cosa ha empeorado cuando a las 10 en punto, la doña no estaba sentada para que le lavasen la cabeza. Y ha gritado a Clara delante del resto de clientas. A las 10:20 y tras una inmensa bronca, Catalina se ha sentado para su peinado semanal. La pobre peluquera, ya nerviosa, no ha dado ni una. Primero le ha quemado con el agua y después le ha entrado dolor de cabeza porque dice que se la ha puesto muy fría. A partir de ese momento he agachado la cabeza para que no me relacionen con ella. Seguidamente, Clara ha tenido que cambiarle la toalla dos veces, ya que la primera no le pegaba con los pendientes que se había puesto hoy, y la segunda le picaba en el cuello. El sitio de siempre de Catalina, estaba ocupado y ni corta ni perezosa se ha encarado con su ocupante, una vecina con la que no se lleva muy bien desde que su perro montó a Susú. Ésta se ha negado a cambiarse de sitio, y Catalina casi le arranca los rulos, si no llega a ser por ser Clara que las ha separado y ha convencido a la vecina regalándole la permanente si aceptaba ponerse al final.

Este hecho, ha provocado que la peluquera, una mujer con infinita paciencia, se haya hartado por hoy y le haya estirado a Catalina el moño más de lo normal. Parte de su venganza ha sido colocarle 20 horquillas para el recogido, pinchándole la cabeza con cada una de ellas, con una falsa sonrisa de disculpa. Después la ha ahogado en laca, provocando en la doña unas cuantas fatigas. Este trato ha provocado que hoy Clara no tuviese sus tres euros de propina, pero ella se ha quedado más ancha que larga, viendo la sonrisa que ha esbozado cuando la vieja salía por la puerta.

La puta vieja tiene tanta suerte, que a la salida de la peluquería se ha levantado un vendaval, pero ni un pelo se le ha movido del enlacado moño. 

En el taxi de camino a casa, Catalina ha obligado al taxista a subir las ventanillas y poner la calefacción ya que estaba destemplada, (no he dicho que estamos en julio y pronosticaban 35 grados de máxima). El taxista me ha mirado, pero como iba con los cascos, he hecho que no me he enterado de nada. A los cinco minutos me he puesto a sudar y he abierto la ventanilla un poco, la vieja no se ha quejado y la he abierto un poco más. En maldita hora. 

De pronto se ha escuchado un estallido. La estampa era para enmarcarla. 

Los de la ambulancia no daban crédito y la policía se ha reprimido alguna que otra carcajada. Cuatro de las 20 horquillas se han incrustado en el reposacabezas, haciendo que éste reventase, lo que ha provocado un pitido constante en el oído de Catalina y un latigazo cervical. Eso sí, a pesar de todo, al moño no se le ha escapado ni un pelo.

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