Diciembre avanza imparable, con su paso firme y sentido,
como cada año, cuando el aire comienza a oler a leña quemada, el suelo escupe
agua de sus alcantarillas y las colillas de los cigarros se amontonan bajo las
marquesinas de las paradas de autobuses.
El tiempo no hay quién lo comprenda, me pregunto mientras conduzco un tosco coche dirección a la Biblioteca, sí, una vez más. Destellos de luces amarillentas inundan constelaciones de carreteras al paso de una música que suena como el espacio, en eterno silencio, ahogada por un mar de incertidumbres con olas que ocupan cabezas vaciadas. Pero ahí voy, sí, una vez más.
Y es que, me pregunto a mi mismo. ¿Cómo llevas tú, fiel
lector, el final de año? ¿Acaso imaginas también en las largas noches de domingo,
cuando el insomnio aprieta después de un fin de semana trasnochador, el resumen
de tu año en forma de película? Acostumbrados a esto de tenerlo todo a mano,
ahora resulta que Spotify te recuerda tus canciones más escuchadas, Facebook
tus fotos más visitadas e Instagram tus “historias” más destacadas. Ni un ápice
de libertad para elegir, ese es el problema. Refunfuño mientras termino de
buscar un aparcamiento, lejos pero amplio, para meter el maldito coche una
mañana más.
Ahora todo funciona así. Te dicen que foto es la que más
debe de gustarte, que cantante es el que debes apoyar, la comida que más
subiste a alguna red social… Y a este paso te recordaran que cuando folles lo
tienes que hacer “así y asá”. La decrepitud de un mundo que, poco a poco, dejo
de entender sin más.
Y no me juzguen, ni antiguo, o “pollavieja” como a mí me
gusta usar, ni retestinado. Ni bien, ni mal. Eso de moralizar las tendencias y
las nuevas conductas de la sociedad me vienen a importar bien poco. El mundo
siempre funcionó así, unos dominan y otros siguen sin cuestionar.
Solo me pregunto, si el tiempo, el dichoso tiempo tiene algo
que ver, sí, una vez más. Con esta sensación que me abraza los últimos días del
año, estrechándome entre su canalillo, para que no pueda casi respirar.
¡Bendita asfixia! Que entre los grandes senos de la vida me recuerda que sigo
aquí, vivo y consciente.
Mi película está en la escena final. Pero parece que todo ha
dado un giro radical, aquí ya no hay ni héroes ni villanos. ¡Que les follen a
los multinacionales yanques! Grito mientras sonrío sentado frente a unos
apuntes que no han cambiado nada en estos últimos cuatro años. Aquí decido yo
quién, cómo y cuándo aparece en la trama para actuar.
Pero no se equivoquen, no quiero ser ni victima ni verdugo
en una historia que, por cuestiones de la vida, el mismísimo Woody Allen podría
desarrollar. Podría deciros que el año fue horrible, terrible, catastrófico,
inaguantable, insufrible, fatal. También que fue mágico, esperanzador,
increíble, inigualable, divertido y dulce. Pero el azar, sí, una vez más, me ha
vuelto a dar una de esas lecciones de vida que son difíciles de olvidar. Ni
negro, ni blanco, ni gris. La vida cuenta con tantos colores que es inútil
aferrarnos a la idea de que solo uno nos puede representar.
Y vuelvo a hablar de mí, de mis sentimientos, de mis miedos
y mis reflexiones, sí, una vez más. Pero ya no importa eso, el año se acaba,
los créditos se acercan y poco a poco la gente se levanta. Simplemente desearos
un final feliz de función, sí, una vez más. Como viene a ser costumbre ya cada
diciembre, cuando se aproxima el final.
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