Nos la suda. Por Miguel Ángel Ortega Domínguez

Dice un antiguo dicho que cree el ladrón que todos son de su misma condición. Y así mismo, piensa el boomer que toda generación venidera tiene que crecer entre resignación y frustración. Aumentar el amargo sabor de la vida, añadiendo una pizca de lamento, sufrimiento y flagelación.



¡Y yo digo que basta! Que nos dejen de una vez por todas en paz. Que vayan con sus historias de superación y derrota a una editorial, y comiencen a vender best sellers de ficción con los cuentos que envenenan nuestra existencia desde la infancia. Que todos sabemos ya cómo cazabais con vuestras propias manos, apretando el cuello del pollo al que más tarde desplumaríais o clavando una afilada navaja en el pescuezo del cerdo al que queríais desangrar. Ya sabemos que comíais pan y leche para desayunar, almorzar, merendar e incluso cenar. Que no disfrutabais de vuestros juguetes, ni conocíais el ocio, ni tampoco la felicidad. También sabemos que con nuestra edad formasteis una familia, comprasteis una casa, un perro, un coche y una vida que, por desgracia, ya no podíais descambiar.

Y es que tenéis que admitirlo, sentís envidia de una generación que, a pesar de vivir en una crisis continua, no ha sido capaz de remontar el vuelo porque este avión no ha llegado ni a despegar. Odiáis con todas vuestras fuerzas vernos salir, beber, drogarnos y cantar hasta que los primeros rayos de luz invaden las oscuras habitaciones en las que nos desinhibimos de nuestra realidad. Sabéis, de sobra, que cuando el sol toca nuestra sudorosa piel, después de una noche desenfrenada en la que el sexo, el alcohol y el tabaco han invadido cada poro de nuestro cuerpo, todo nos importa una mierda. Nos la suda, y eso es algo que jamás llegaréis a asimilar.

Y es precisamente porque os hemos visto, por lo que sabemos cómo no queremos acabar. Atados a un empleo de por vida que no nos gusta, a una casa que por mucho que llenemos siempre sentiremos vacía y a un coche que por más que pisemos hasta el fondo nunca nos despertará un ápice de velocidad.

Somos la generación perdida, o podrida, que antepuso su salud mental a la ostentación de aparentar. No nos importa vestir con nuestras ropas desgarradas, es más, las compramos así para haceros rabiar. Tampoco nos importa comer día tras día la comida basura que nos venden los putos yankees a la luz de una farola, en mitad de un parque en el que no haya ni camareros ni personas que nos vayan a molestar. Preferimos la soledad y el silencio, a vuestras estridentes canciones que cuentan sueños que no podréis alcanzar.

Bienvenidos al jodido mundo de “Nunca Jamás”, ese que edificasteis en nuestras enfermas cabezas a base de mentiras y promesas. Recoged el fruto de nuestros secos árboles y clavaros nuestras espinas hasta sangrar. Recordad, somos las ovejas negras de las ovejas grises que vuestros pastores maltrataron hasta no poder más y ahora solo os queda aguantar y esperar hasta que llegue el final.

 

Miguel Ángel Ortega Domínguez

 

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