Dice un antiguo dicho que cree el ladrón que todos son de su misma condición. Y así mismo, piensa el boomer que toda generación venidera tiene que crecer entre resignación y frustración. Aumentar el amargo sabor de la vida, añadiendo una pizca de lamento, sufrimiento y flagelación.
¡Y yo digo que basta! Que
nos dejen de una vez por todas en paz. Que vayan con sus historias de
superación y derrota a una editorial, y comiencen a vender best sellers
de ficción con los cuentos que envenenan nuestra existencia desde la infancia.
Que todos sabemos ya cómo cazabais con vuestras propias manos, apretando el
cuello del pollo al que más tarde desplumaríais o clavando una afilada navaja
en el pescuezo del cerdo al que queríais desangrar. Ya sabemos que comíais pan
y leche para desayunar, almorzar, merendar e incluso cenar. Que no disfrutabais
de vuestros juguetes, ni conocíais el ocio, ni tampoco la felicidad. También
sabemos que con nuestra edad formasteis una familia, comprasteis una casa, un
perro, un coche y una vida que, por desgracia, ya no podíais descambiar.
Y es que tenéis que
admitirlo, sentís envidia de una generación que, a pesar de vivir en una crisis
continua, no ha sido capaz de remontar el vuelo porque este avión no ha llegado
ni a despegar. Odiáis con todas vuestras fuerzas vernos salir, beber, drogarnos
y cantar hasta que los primeros rayos de luz invaden las oscuras habitaciones
en las que nos desinhibimos de nuestra realidad. Sabéis, de sobra, que cuando
el sol toca nuestra sudorosa piel, después de una noche desenfrenada en la que
el sexo, el alcohol y el tabaco han invadido cada poro de nuestro cuerpo, todo
nos importa una mierda. Nos la suda, y eso es algo que jamás llegaréis a
asimilar.
Y es precisamente porque
os hemos visto, por lo que sabemos cómo no queremos acabar. Atados a un empleo
de por vida que no nos gusta, a una casa que por mucho que llenemos siempre
sentiremos vacía y a un coche que por más que pisemos hasta el fondo nunca nos
despertará un ápice de velocidad.
Somos la generación
perdida, o podrida, que antepuso su salud mental a la ostentación de aparentar.
No nos importa vestir con nuestras ropas desgarradas, es más, las compramos así
para haceros rabiar. Tampoco nos importa comer día tras día la comida basura
que nos venden los putos yankees a la luz de una farola, en mitad de un
parque en el que no haya ni camareros ni personas que nos vayan a molestar.
Preferimos la soledad y el silencio, a vuestras estridentes canciones que
cuentan sueños que no podréis alcanzar.
Bienvenidos al jodido
mundo de “Nunca Jamás”, ese que edificasteis en nuestras enfermas cabezas a
base de mentiras y promesas. Recoged el fruto de nuestros secos árboles y
clavaros nuestras espinas hasta sangrar. Recordad, somos las ovejas negras de
las ovejas grises que vuestros pastores maltrataron hasta no poder más y ahora
solo os queda aguantar y esperar hasta que llegue el final.
Miguel Ángel Ortega
Domínguez
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