Bueno, pues resulta que como no para de llover y el gimnasio nos lo han cerrado, yo, que siempre tengo un plan "B" para todo, me coloco el chubasquero y aprovechando que soy bípeda y nómada por naturaleza, me calzo los deportes y aprovechando también que tengo capacidad auditiva, me coloco los auriculares, selecciono las canciones que me motivan y salgo de casa con las primeras luces del alba.
Hay niebla y llueve con parsimonia. Estoy a punto de volverme y echar mano del plan "C", que consiste en correr dentro de mi casa y en mi diminuta azotea, pero finalmente me autoconvenzo esgrimiendo el argumento tan socorrido, ése que dice "de ninguna cobarde se ha escrito nada" y convencida de tal afirmación, me dispongo a correr como sea.
Voy un poco agobiada, con el gorro del chubasquero que se me va hacia tras, los auriculares, que se me salen de las orejas y encima la mascarilla, ya que la gente te mira como una apestada si no la llevas y antes de que me acusen de negacionista, yo lo que sea... Intento solventar los problemas y selecciono una canción titulada "Dónde vas, corazón". Es de una gente llamada Tremenda Jauría y a mí me pone a tope por el ritmazo que tiene, ademas de una bonita letra: "Mi corazón en ayunas desde que no desayuna tus besos a fuego lento. Me dice que está en barbecho y se ha encerrado en lo más profundo de mi pecho, a esperar a que pase el invierno..." Toda motivada, ya no veo ninguna dificultad. Me ajusto el gorro, los guantes, los auriculares, el MP3 en el bolsillo. Estiró un poco para que no me de un tirón y me lanzo carril adelante, aunque más que un carril, parece que estoy en el Majaceite.
Los charcos apenas me dejan espacio para correr. Por un momento parece que estoy dentro de un laberinto de espejos ocres. Hay muchos y en ellos nos miramos los olivos y yo, también el cielo que sigue llorando desconsolado. Voy serpenteando y esquivando las múltiples balsas que la lluvia, de forma totalmente desconsiderada, ha puesto en mi camino.
Canto, me ahogo, me callo, sudo, me mojo toda la cara y me encanta. Me siento viva, me excita mucho estar en contacto con la Naturaleza: la lluvia me besa, el viento me acaricia, los olores a campo, a lirios, a tierra, se me meten por la nariz ya libre de la mascarilla. Aspiro con fuerza y lleno mis pulmones del aire limpio y sin virus.
Aprovechando que el carril, generoso, me premia con un leve descenso, canto alto y unas ovejas que pastaban tranquilamente detrás de la alambrada, arrancan a correr. Me siento culpable, pero sigo cantando y sigo corriendo y sigo sudando y me ahogo porque ahora el carril se empina casi verticalmente. Me pongo una meta y a punto del desmallo llego a ella triunfante. Paro unos segundos para tomar aliento. Miro a lo lejos, se ve un cachito de pueblo y mucho campo, verde, verde. Mi mirada se topa con lo que queda de Torre de Matrera y una vez más me desagrada la imagen y apartó la vista.
Recuperado un poco el resuello sigo corriendo. Ya sólo queda un trozo de cuesta, luego el camino se allana, cosa que mis piernas y yo agradecemos. Al final del carril hay una cancela y ahí me doy la vuelta dispuestas a iniciar el camino de retorno. Ahora todo es mucho más fácil, por aquello de que todo lo que sube, baja y bajar la pendiente es pan comido.
La lluvia sigue mojándome la cara, pero como es tan fina no me molesta. A ambos lados del camino se apelotonan los tréboles, en una auténtica marea verde, tan tupida como una mullida moqueta. Aprovechando que ahora el terreno me es favorable, canto a la par de Rozalen "...Y si me levanto y miro al cielo/ doy las gracias y mi tiempo /lo dedico a quien yo quiero,/ lo que no me aporte, lejos / si alguien detiene mis pies,/ aprenderé a volar..."
De repente me sale al encuentro un rebaño de ovejas que vienen hacia mí e invaden todo el carril. Yo, sabiendo por experiencia lo asustadizas que son, aminoró la marcha y me pegó a un lado del carril, pero ellas, obedeciendo más a sus primitivos instintos, dan la vuelta y salen en estampida. Me da mucho apuro y no sé qué hacer para detener aquel caos. Un poco más adelante veo al cabrero que, moviendo los brazos y hablando un lenguaje ovejuno, intenta convencer a las insurrectas ovejas para que depongan su actitud y sigan la dirección que llevaban antes de mi desafortunado encuentro, Pero la ovejas, presas del pánico no atienden a razones. Me detengo y aproximándome a donde está el apurado cabrero, intento colaborar con él, imitàndole en sus gestos. Finalmente las ovejas entran en razón y se reajuntan nuevamente siguiendo su camino. Pido disculpas al cabrero por haberle soliviantado al rebaño y él, muy amable y sonriente, me dice que no pasa nada, que no me preocupe, que son muy tontas y que se asustan con una mosca volando. El cabreo es joven, guapo y risueño, lo que me lleva a concluir que los cabreros ya no son lo que eran, hombres rudos y con malas pulgas...
Sigo corriendo y sigo cantando: "qué le has dicho que se ha ido, cacho de animal/ no le he dicho na/ sólo me he dormido/ no grité puta ni zorra/ ella dijo, no te corras/ y se echó a volar, entre mis ronquidos..." Antes de cantar ésta canción de Marea siempre miro a ver si hay alguien cerca, porque ya me ocurrió una vez que la estaba cantando en el gimnasio muy entusiasmada yo y no me di cuenta de que había un sujeto cerca y puso una cara que para qué contar. Intenté salir del paso diciendo ¡Ay que ver las letras de ahora, ya quisieran parecerse a las de antes, todas románticas y preciosas...!
Ya sólo me queda un tramo y habré llegado a mi destino: el monolito de Dorotea. Llego exhausta pero feliz. Allí me espera fielmente mi coche. Estiro las extremidades, bebo agua y, cómo buena palmípeda, apoyo las palmas de las manos en el muro de piedra y hago unas cuantas flexiones para concluir la tarea deportiva. Bueno, luego en casa, haré los abdominales, porque aquí está la hierba chorreando.
Miro al cielo y doy las gracias porque aún no me han quitado ésta posibilidad de libertad que es lo único que me salva de morir confinada...
29-1-21
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