Seguro que todos vosotros habéis escuchado alguna vez hablar de este término. Si escribimos en Google “inteligencia emocional” nos aparece por definición que es un constructo que se refiere a la capacidad de los individuos por reconocer sus propias emociones y las de los demás, discriminar entre diferentes sentimientos y etiquetarlos apropiadamente, utilizar información emocional para adaptarse al ambiente o conseguir objetivos. Así, de manera literal.
Pero… ¿qué concepto tiene cada uno de ustedes ante este término?
Lo primero que hay que
tener en cuenta es que todos tenemos nuestras debilidades, también nuestras
fortalezas, virtudes y defectos. Seguro que muchos de vosotros está atravesando
en este preciso momento por una situación de crisis emocional, que en vuestro
entorno laboral no salen las cosas como uno quisiera, ya sea por un golpe de
mala suerte o por falta de compañerismo. Esa negatividad que, aunque no
queramos somos capaces de transmitirla inconscientemente a nuestra compañera de
piso o incluso a un amigo por teléfono a modo de desahogo hasta el punto de
cambiar radicalmente el ambiente de convivencia.
También están las
personas con conflictos sociales, es decir, entre amigos, incapaces de
solucionar un problema por mínimo que sea e influye en su ámbito de estudios,
de concentración y/o trabajo.
Y por supuesto también
están aquellos que se sienten atraídos por una persona especial y con el paso
del tiempo comprueban que no son correspondidos, bien porque entre ellos no hay
la misma sintonía, porque en ese preciso momento en espacio y tiempo no da
lugar a una relación diferente a la amistad o directamente porque una persona
no es la pareja ideal de otra, ya sea por físico o diferencias de ideas.
Existen muchísimos
ejemplos más, obviamente, pero yo les pongo encima de la mesa a través de este
artículo los más llamativos y difíciles de superar. El caso es que si una
persona no tiene inteligencia emocional o no sabe gestionar tales situaciones
puede llegar al punto de frustrarse, de perder la ilusión de seguir haciendo lo
que más le gusta y renunciar a aquello que durante tanto tiempo ha luchado por
conseguir.
No confundamos dependencia emocional con inteligencia emocional. La principal diferencia es que si dependemos emocionalmente de alguien o algo significa que necesitamos de terceras personas u objetos para ser felices, y eso no es para sano, podemos llegar a destruirnos a nosotros mismos y alejar a la otra persona, llegar incluso a ser tóxicos. En otras palabras, pasaríamos a la fase de la obsesión y el control.
La naturaleza de la
inteligencia emocional es la capacidad de motivarnos a nosotros mismos,
mantener el empeño en las cosas a pesar de las frustraciones, controlar los
impulsos, diferir gratificaciones, regular los estados de ánimo, empatizar con
los demás y confiar en ellos y evitar que la angustia interfiera con nuestras
facultades racionales.
A pesar de todo esto, ¿es
fácil gestionarlo? Evidentemente no. Todos tenemos nuestras emociones y
sentimientos. En la mayoría de los casos las personas sufren ansiedad (algunos
ataques más fuertes que otros) y como solución a la situación hacen ejercicio
físico o simplemente dan un paseo a la luz del sol.
Otras, sin embargo, para
desahogarse necesitan estar solas y unos minutos llorando, bien por la
situación en si o bien por pura impotencia de no saber cómo contrarrestar las
características anteriormente citadas. En casos extremos hay quien necesita de
un psicólogo o incluso un coach personal.
En torno a las relaciones
sentimentales, que a priori parecen las más difíciles de gestionar por la
acumulación de emociones y sentimientos un amigo me propuso un debate, o mejor
dicho, me hizo pregunta que originó un debate.
La pregunta fue:
“¿Es verdad que cuanto
más se quiere a una persona y mientras más te esfuerzas en darle lo mejor de
ti, más te acaban decepcionando?”.
Personalmente tengo que
reconocerlo, la pregunta es buena, principalmente porque en todo comienzo y más
aun cuando estás pillado por alguien tenemos la mala costumbre (nunca mejor
dicho emocional) de querer ofrecer lo mejor de nosotros mismos para atraer aun
más a esa persona.
Mi respuesta, y no digo
que sea la mejor, literal y textualmente fue:
“Cada persona es un
mundo, eso quiere decir que cada persona piensa y ve la vida de manera
diferente, por muy buenas que sean nuestras acciones y por muy bondadosos que
seamos eso no significa que la persona que nos gusta tenga que correspondernos
o tenga un flechazo hacia nosotros. Hay que aprender a darle a las personas la
misma importancia que nos dan a nosotros, pero no solo eso, también hay que
aprender a no dar más de lo que recibimos de ellas. Con esto quiero referirme a
los detalles, los gestos, las caricias, y el cariño… Cogerle cariño a una
persona, por ejemplo, está bien, pero cuidado, cometemos el error humano de
dejarnos llevar e idealizar. En el momento en que idealizamos es cuando nuestro
cerebro malinterpreta emociones dentro de situaciones. ¿El resultado? La
impotencia, la frustración, la decepción, la pérdida de la ilusión por las
cosas, etc.”.
Importante: Hay
cosas que surgen, pero en definitiva nada cae del cielo, todo hay que buscarlo,
en temas de relaciones cuidado con forzarlas (amistad-enemistad). También de
una bonita amistad puede surgir una bonita historia de amor.
Tenemos que hacer lo
posible por ser autosuficientes, y ahí entra en juego la inteligencia
emocional.
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