La inteligencia emocional; por Tiguel Mena

Seguro que todos vosotros habéis escuchado alguna vez hablar de este término. Si escribimos en Google “inteligencia emocional” nos aparece por definición que es un constructo que se refiere a la capacidad de los individuos por reconocer sus propias emociones y las de los demás, discriminar entre diferentes sentimientos y etiquetarlos apropiadamente, utilizar información emocional para adaptarse al ambiente o conseguir objetivos. Así, de manera literal.

Pero… ¿qué concepto tiene cada uno de ustedes ante este término?

Lo primero que hay que tener en cuenta es que todos tenemos nuestras debilidades, también nuestras fortalezas, virtudes y defectos. Seguro que muchos de vosotros está atravesando en este preciso momento por una situación de crisis emocional, que en vuestro entorno laboral no salen las cosas como uno quisiera, ya sea por un golpe de mala suerte o por falta de compañerismo. Esa negatividad que, aunque no queramos somos capaces de transmitirla inconscientemente a nuestra compañera de piso o incluso a un amigo por teléfono a modo de desahogo hasta el punto de cambiar radicalmente el ambiente de convivencia.

También están las personas con conflictos sociales, es decir, entre amigos, incapaces de solucionar un problema por mínimo que sea e influye en su ámbito de estudios, de concentración y/o trabajo.

Y por supuesto también están aquellos que se sienten atraídos por una persona especial y con el paso del tiempo comprueban que no son correspondidos, bien porque entre ellos no hay la misma sintonía, porque en ese preciso momento en espacio y tiempo no da lugar a una relación diferente a la amistad o directamente porque una persona no es la pareja ideal de otra, ya sea por físico o diferencias de ideas.

Existen muchísimos ejemplos más, obviamente, pero yo les pongo encima de la mesa a través de este artículo los más llamativos y difíciles de superar. El caso es que si una persona no tiene inteligencia emocional o no sabe gestionar tales situaciones puede llegar al punto de frustrarse, de perder la ilusión de seguir haciendo lo que más le gusta y renunciar a aquello que durante tanto tiempo ha luchado por conseguir.

No confundamos dependencia emocional con inteligencia emocional. La principal diferencia es que si dependemos emocionalmente de alguien o algo significa que necesitamos de terceras personas u objetos para ser felices, y eso no es para sano, podemos llegar a destruirnos a nosotros mismos y alejar a la otra persona, llegar incluso a ser tóxicos. En otras palabras, pasaríamos a la fase de la obsesión y el control.

La naturaleza de la inteligencia emocional es la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, mantener el empeño en las cosas a pesar de las frustraciones, controlar los impulsos, diferir gratificaciones, regular los estados de ánimo, empatizar con los demás y confiar en ellos y evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales.

A pesar de todo esto, ¿es fácil gestionarlo? Evidentemente no. Todos tenemos nuestras emociones y sentimientos. En la mayoría de los casos las personas sufren ansiedad (algunos ataques más fuertes que otros) y como solución a la situación hacen ejercicio físico o simplemente dan un paseo a la luz del sol.

Otras, sin embargo, para desahogarse necesitan estar solas y unos minutos llorando, bien por la situación en si o bien por pura impotencia de no saber cómo contrarrestar las características anteriormente citadas. En casos extremos hay quien necesita de un psicólogo o incluso un coach personal.

En torno a las relaciones sentimentales, que a priori parecen las más difíciles de gestionar por la acumulación de emociones y sentimientos un amigo me propuso un debate, o mejor dicho, me hizo pregunta que originó un debate.

La pregunta fue:

“¿Es verdad que cuanto más se quiere a una persona y mientras más te esfuerzas en darle lo mejor de ti, más te acaban decepcionando?”.

Personalmente tengo que reconocerlo, la pregunta es buena, principalmente porque en todo comienzo y más aun cuando estás pillado por alguien tenemos la mala costumbre (nunca mejor dicho emocional) de querer ofrecer lo mejor de nosotros mismos para atraer aun más a esa persona.

Mi respuesta, y no digo que sea la mejor, literal y textualmente fue:

“Cada persona es un mundo, eso quiere decir que cada persona piensa y ve la vida de manera diferente, por muy buenas que sean nuestras acciones y por muy bondadosos que seamos eso no significa que la persona que nos gusta tenga que correspondernos o tenga un flechazo hacia nosotros. Hay que aprender a darle a las personas la misma importancia que nos dan a nosotros, pero no solo eso, también hay que aprender a no dar más de lo que recibimos de ellas. Con esto quiero referirme a los detalles, los gestos, las caricias, y el cariño… Cogerle cariño a una persona, por ejemplo, está bien, pero cuidado, cometemos el error humano de dejarnos llevar e idealizar. En el momento en que idealizamos es cuando nuestro cerebro malinterpreta emociones dentro de situaciones. ¿El resultado? La impotencia, la frustración, la decepción, la pérdida de la ilusión por las cosas, etc.”.

Importante: Hay cosas que surgen, pero en definitiva nada cae del cielo, todo hay que buscarlo, en temas de relaciones cuidado con forzarlas (amistad-enemistad). También de una bonita amistad puede surgir una bonita historia de amor.

Tenemos que hacer lo posible por ser autosuficientes, y ahí entra en juego la inteligencia emocional.

 

 

 

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