Tras las nuevas medidas estatales y autonómicas para luchar contra la expansión del Covid, son muchos los que se han entristecido por, entre otros aspectos aún más graves, temer que este año no se celebre la Navidad. Posiblemente durante esta festividad los familiares se encuentren lejos, pero no por ello desaparecerá la ilusión ante el frío de diciembre.
Vivimos en una sociedad con dos grandes pilares: la rapidez y la mercantilización de las emociones. Ambas llevan inundando la Navidad desde hace décadas, hasta tal punto que muchos ya la asocian al simple arte de comprar y vender. Quizá, estos momentos duros que estamos viviendo nos sirvan de oportunidad para celebrar esta bonita tradición con más espíritu, menos dinero y de una forma más sencilla.
¿Qué tal si enviamos postales navideñas a aquellos familiares con los que no podremos compartir mesa este año? Siempre atesora más poesía una postal escrita con amor y de nuestro puño y letra, que cientos de mensajes reenviados por WhatsApp.
Las circunstancias son difíciles, no obstante la existencia de un “toque de queda nocturno” no impide que el veinticuatro de diciembre por la mañana nos pongamos nuestras botas y un abrigo, llamemos a nuestro perro y nos vayamos con él a dar una vuelta por la garganta, y aprovechar tan estremecedor paseo para llevar a casa el verdín con el que montaremos el portal de Belén o una caña con la que intentaremos fabricar una zambomba similar a la que tocaba la abuela todos años.
¿Acaso alguien nos impide hacer pestiños en el hogar mientras suenan esos villancicos flamencos que tanto le gustan a los titos? Estoy seguro que los pequeños de la casa están deseosos de ayudarnos en estos quehaceres, e incluso dispuestos a inventar un nuevo día durante estas dos semanas que se llame “El cine navideño”, que consista en ver un maratón de películas ambientadas en la Navidad a los pies de la chimenea. Sí, esas pocas películas que quedan que transmiten valores más allá de los efectos especiales y los diálogos zafios que dominan la televisión moderna.
Confieso que me duele no empezar el nuevo año con toda la familia, ni salir después de tomar las uvas con mis amigos. Por ello, ya he comprado la botella de anís del mono -la que sirve también de instrumento si tienes una cuchara- que compartiré en casa de algunos amigos el primer día del año antes de que se marche el sol. Toca reinventarnos.
Lo verdaderamente importante de la Navidad son nuestros sentimientos, y esos ninguna multinacional puede vendérnolos. Con las tradiciones pasa como con la libertad, nacen en nuestro interior, así alguien puede sentirse libre aún estando encerrado en casa o puede disfrutar de diciembre con miles de prohibiciones externas.
Este año celebraremos la Navidad, y el típico brindis con champán irá por todos aquellos que lo están pasando mal por las consecuencias sanitarias, psíquicas y económicas de la impronunciable pandemia. Irá por todos ellos.
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