Son exactamente 102 kilómetros los que me separan del Gran Teatro Falla, punto clave en el Carnaval gaditano. Es allí donde se escuchan los pasodobles, cuplés, tangos y estribillos por primera vez de forma oficial cada febrero. Los Ladrillitos Coloraos, donde el pito de caña resuena hasta el paraíso y los ole recordando a María la Yerbabuena no pueden tener más arte.
Pese a estar tan lejos y no haber sido testigo de ninguna noche de concurso en su interior, el Carnaval de Cádiz es una de las fiestas que con más ganas espero cada año. Y mi madre me lo pregunta, ‘Niña, ¿de dónde sales tú tan carnavalera si en esta casa a ninguno nos gusta?’ Y yo siempre respondo igual, porque tengo claro el motivo.
Ya un maestro en el colegio nos metió el gusanillo y celebrábamos el Día de Andalucía a la par que el Carnaval. Recuerdo cuando usamos nuestro altavoz más allá de la diversión y cantamos para que no eliminasen el primer ciclo de la Educación Secundaria Obligatoria en nuestro colegio, algo que afectó a la mayoría de pueblos de la Sierra de Cádiz y que nosotros evitamos, no directamente por ese tango pero a nosotros nos supo a triunfo.
Y es que eso es algo fundamental en el Carnaval de Cádiz. Cuando suelen hablar de él en las televisiones estatales siempre se habla de las chirigotas, de lo gracioso que son y de las veces que algunos grupos han cruzado el límite de lo políticamente correcto, dejando de ser graciosos y pasando a molestar. Pero pocas veces se habla de las reivindicaciones sociales y políticas, no solo de la ciudad sino de toda Andalucía y de España.
En las tablas del Falla se habla de miembros viriles, cuernos o lo feo que es Menganito, pero también de corrupción, igualdad, amor libre y amor a los padres y a Cádiz, de los problemas de Andalucía y de sus grandezas. Por eso me gusta el Carnaval de Cádiz.
También recuerdo cuando en la Ludoteca preparábamos otro Carnaval, para el cual pasábamos muchas tardes de martes y jueves escribiendo el repertorio mientras nos creíamos el Canijo de Carmona, el Selu o el Lobe, aunque no lográbamos pasar de una presentación y un popurrí pero en los que poníamos todas nuestras ganas con más o menos acierto. Quizás por eso ahora estoy escribiendo esto, no me parece una locura que cambiar las letras a las canciones de Disney o Los Payasos de la Tele fuera lo primero que hiciese relacionado con la escritura, cuando no tenía más de 10 años.
Fui creciendo y me distancié un poco de ese mundo durante algunos años porque sí, ser la única carnavalera en casa es complicado. Pero eso cambió en 2014 cuando me enamoré de un pasodoble del Primer Premio de Comparsas en el COAC, La Canción de Cádiz. Y ese verano los escuché en mi pueblo, en una primera fila y pudiendo disfrutar de esas voces prodigiosas en directo por primera vez. Ahí, además de escuchar ese pasodoble que me sabía de memoria escuché muchos más, también de otros años, y caí rendida ante este arte para siempre.
Recuerdo que aquella noche tuiteé que había voces mucho mejores en el Falla cada febrero que en los Top de ventas y cada vez que puedo disfrutar de una actuación de carnaval en directo lo reafirmo.
Esto me lleva a otra de las frases que repite mi madre ahora que de vez en cuando la hago escuchar un pasodoble o un cuplé para intentar que se enganche, ‘Qué habrá en Cádiz que todos cantan tan bien…’ Mamarlo desde chiquitito, sin duda.
He visto a niños que apenas saben hablar vestidos igual que sus padres encima de un escenario derrochando más arte que el que cualquiera pueda aprender en toda una vida, niños que al crecer un poco entran en una chirigota infantil o en una comparsa juvenil, que aprenden a tocar la guitarra antes que a hacer ecuaciones, que pasan los recreos entonando coplas que se escribieron antes de que ellos nacieran, que en las fiestas familiares escuchan cantar a sus padres, tíos o primos con la misma naturalidad con la que se habla… y eso se tiene que notar por algún sitio.
Además de cantar de gran categoría, como se dice por allí, simplemente leer una letra es como leer poesía, alta literatura. No sé si habrá un lugar donde haya más poetas por kilómetro cuadrado o quizás aquí tengamos la suerte de que hay libertad y un lugar público donde poder exponer todo lo que se escribe sin ningún tipo de censura y además con grandes altavoces como son la televisión, la radio, la propia calle y ahora las redes sociales en las que ya es común que se viralicen algunas de las letras saliendo así de las murallas que rodean la ciudad para convertirse en patrimonio mundial.
Da igual que sean letras actuales o antiguas, pero ahí están. Los 28 de febrero se llenan de ‘Aunque diga Blas Infante’, cada 4 de diciembre se recuerda a Caparrós con Los Piratas, estos dos últimos 8 de marzo ‘Escucha un momento’ de Los niños sin nombre ha sido un himno contra el machismo y en las bodas no falta el ‘Tu sabes cuánto te quiero’… y así me podría pasar horas. Siempre habrá una copla de carnaval para poner la banda sonora a un momento de nuestra vida.
Mi vida es mejor con un poquito de Carnaval de Cádiz, da igual en qué época del año, si es comparsa, chirigota o coro, si es para pensar, reflexionar, para dedicar o para reírme un rato, pero para todo ello, ahí está y estará siempre.
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