No se me apetece; por Miguel Ángel Ortega

Desde hace algo más de una década, mi madre marcha lejos para ir a trabajar de limpiadora. Ya saben, en familias humildes, de barrio obrero y con pocos recursos, las vacaciones que tenemos suelen estar al servicio de los que verdaderamente pueden permitírselas. De esta forma, desde que era apenas un niño, he pasado gran parte de mi adolescencia junto a mis hermanos, disfrutando de un verano entre escobas, fregonas y ensayos de comida, que, por suerte, me fueron de utilidad durante mi época universitaria. 

Ahora que la edad comienza a pesarme, con medio lustro ya casi completado, soy consciente del esfuerzo que supone para una familia trabajadora seguir al mismo ritmo durante todo el año. Con un padre que se deja media vida en las carreteras para levantar las casas de ensueño de los ricos y una madre que luego las limpia.

Pronto mi madre y mi hermana vuelven a marchar y, yo, me quedo un año más en casa. No les engaño, sufro por ello. No solo porque al final del día observo cómo paso más tiempo solo que acompañado, que también. Sino por el hecho de ver a todos siendo útiles, provechosos y dando sentido a su existencia. Ya Marx en el s. XIX lo decía: El trabajo dignifica al hombre.

Pero existe un pequeño atisbo de felicidad en todo este vacío pesimista que suelo predicar. Si algo aprecio de la época estival, es el ir a comprar. Es en las colas eternas de los supermercados donde uno acaba conociendo a las personas de verdad. Esos largos minutos en la frutería, donde suelo ver a madres preocupadas porque sus pequeños no comen apenas nada. O esas filas que se forma en la caja, con personas como hormigas obreras, que esperan su turno para volver a marchar. Para algunas personas, el hecho de ir a comprar se convierte en una acción molesta, una pérdida de tiempo que nunca más volverán a recuperar. Pero para locos como yo, que buscamos vida en la vida de los demás, que imaginamos y soñamos para no pensar… Para nosotros, una tienda es el Olimpo donde las nueve musas nos mandan un 
pequeño rayo de inspiración que nos ayuda a despertar. 


Y hoy, con mi visita obligada a la carnicería, para que mi madre pudiera hacer un guiso de papas con carne, de esos que te acercan al éxtasis, una señora que probablemente sea hija de la posguerra, compraba para sus nietos algo que pudieran saborear. Y como no podía ser de otra forma, en apenas unos segundos, nos dio una lección que difícilmente he podido olvidar. Contaba como sus numerosos nietos la volvían loca, “Ya no sé que voy a poner de comer o cenar. Estos niños nunca quieren nada”. Comentaba una madre mucho más joven, que con sus hijos le pasaba igual. Que el hacer de comer era un suplicio, que le agotaba y que ya no se 'calentaba' más. Pero prosiguió la señora diciendo que nunca, pero jamás, entendería una de esas frases que a veces soltamos sin reflexionar: “No se me apetece”. “¡¿Qué no se te apetece?! Estos niños no saben lo que tienen”. 

Esa frase me cayó como un jarro de agua fría sobre la nuca. Por unos segundos, su voz hacía eco entre mis oídos, invadiendo cada rincón de mi cabeza y marchando hasta mi corazón. Incluso llegué a avergonzarme, pensando en todos los momentos en los que rechacé una u otra cosa para comer. 

Somos nietos de aquellos que vivieron en sus propias carnes el hambre de una cruel guerra que castigó al pobre hasta la saciedad. Y me duele, el no ser consciente durante gran parte de mi tiempo de que no todo fue tan fácil hace unos años atrás. El saber que perdemos nuestros derechos, que no cumplimos con nuestros deberes y que sólo nos centramos en consumir y consumir más, sin valorar las cosas que nos rodean, los placeres de los que disfrutamos y los privilegios con los que contamos.  

Si algún día se preguntan cuál es mi mayor afición, no crean que les diré que es la lectura, el escribir o el fumar. Aquello que más disfruto son las charlas con personas mayores, que tienen tanto que enseñar y que nunca nos paramos a escuchar. Mujeres y hombres, que han sufrido a lo largo de toda una vida, que han salido adelante, que han criado a hijos y que son conscientes de que todo lo que tenemos un día desaparecerá. 

Comentarios