El saco de boxeo; por Miguel Ángel Ortega

 Hace aproximadamente ocho años, recuerdo como asistí durante un tiempo a clases de Full Contact. A día de hoy, sigo sin tener claro que es lo que pretendía. Tal vez contentar a mi yo, engañándome, pensando que si el fútbol no era lo mío otro deporte podría serlo. O no sé, puede ser que esa ansia de masculinidad que desprende nuestra sociedad me impulsara a seguir practicando algún deporte –que fuera duro, como no– con tal de satisfacer la opinión de los demás. 

 Lo que me queda claro es que, si el fútbol no funcionó, el deporte de contacto menos aún. A pesar de todo, el practicar durante este tiempo algo distinto me ayudó a comprender como funciona la sociedad, nuestras relaciones y el yo. 

Ayudado por un viejo amigo de mi padre, comencé a dar mis primeros pasos, o mis primeros puñetazos, mejor dicho. Gracias a él, que me prestó todo el material de protección, y con la ayuda de todos mis compañeros y maestro, aprendí que aquel deporte no consistía simplemente en lanzar puñetazos y patadas al aire hasta hacer añicos a nuestro rival. Aquello funcionaba de otra forma, teníamos que ser pacientes, observar, analizar los movimientos de pies de nuestros contrincantes, movernos como péndulos de un antiguo reloj y, sobre todo, mantener nuestra guardia siempre alta. Sólo en el momento preciso, cuando el otro por un segundo adelantara su pie, cuando bajara algo más sus puños… Sólo entonces lanzábamos un directo o un gancho que los pudiera noquear. 

Pero si algo recuerdo con especial cariño era el viejo saco de boxear que había en aquella habitación. Saben, los sacos de boxear, los de verdad, se fabrican en normalmente con piel de res. Además, cuentan con otra capa más, una de lona, que ayuda a al material a aguantar mejor los golpes. A estas dos capas se suma el relleno, para el que se utiliza algún material blando, ya sea espuma, algodón o telas. Aunque según leí, algunos artesanos los rellenan de arena, para que así el ejercicio sea más duro. Todas estas capas y materiales se encuentran unidas por un refuerzo de costura. Bendito refuerzo. ¿Cómo un simple hilo puede aguantar tantos embistes? 

Pasaba horas golpeando ese saco. “Izquierda, izquierda, derecha y patada abajo”. Repetía secuencia tras secuencia los mismos golpes. Golpeaba, abrazaba y casi que alguna que otra vez el saco me beso en la cara. 

 Y que curioso, con el tiempo he llegado a la conclusión de que las personas no distamos tanto de estos sacos. Al fin y al cabo, no son más que la leve imitación de nuestros cuerpos. Nosotros estamos fabricados con varias capas. Una primera, que parece fuerte, gruesa e impenetrable. Nuestra particular piel de res, que, a pesar de los años, del desgaste y de los golpes sigue resistiendo. Debajo, en aquel lugar donde se alberguen nuestros sentimientos, se encuentra nuestra particular lona. Que intentan frenar lo inevitable, pero que no consigue pararlo. Por último, tenemos nuestro peculiar relleno, el cual me atrevería a decir que no es más que lo que algunos llaman alma. Nuestra espuma, nuestro algodón o trozos de tela. Lo que nadie ve, lo que nadie sabe. Lo que sufre en silencio pero que está tan al fondo, en la oscuridad, ocultado por capas y refuerzos en forma de hilo, que nadie jamás podrá observar. 

Y siempre he pensado que en este mundo o recibes o golpeas. Pero me equivocaba. Todos recibimos y todos golpeamos. Más fuerte, con más tacto, con menos ganas o con la furia y rabia del que ya no sabe qué más hacer. Pero existe una diferencia entre dar al saco y practicar un deporte. Aquellos que damos al saco no peleamos, nos limitamos a lanzar puños, piernas, cuerpo y cabeza. Sin saber certeramente hacia donde mirar. Somos sacos cabreados con luchadores. Porque los que practican el deporte si saben donde dar. Te analizan, pacientes, durante toda una vida. Estudian tu movimiento, tus pasos, tus manos. Flanquean tus defensas, golpean al costado y te dejan malheridos, sin respiración. 

¿Ven dónde quiero llegar? ¿Comprenden la diferencia entre el ser y el estar? Unos reciben, otros dan, unos dan y reciben y otros simplemente ya no saben donde están. La pregunta que les lanzo, y que les pido que me sepan contestar es: ¿Son sacos? ¿Practican el deporte? ¿Cuánto más pueden aguantar? 

Recuerden, el relleno no llega a ser golpeado, pero no por ello deja de sangrar. La piel parece dura pero el algodón en apenas unos segundos se puede quemar. 

Yo ni quiero ser saco, ni quiero luchar.

Comentarios

  1. Yo de niño, practicaba el judo, en aquellos tiempos, se llevaba bastante de moda en nuestra patria linda. El judo dejo de practicarse en mi ciudad, pero el judo siguió en mi mente. Aún sigo practicando el judo a nivel mental, utilizar la fuerza de tu oponente para derribarlo y de vez en cuando, gano por ippon. No te atormentes, en estos tiempos de mucha hipogresía, y tan falto de poesía.

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