Socialismo o barbarie, por Luis de Manuela

Por mucho que queramos poner al mal tiempo buena cara, no podemos ser tan ingenuos como para no saber bajo qué sistema vivimos. El caso es que el capitalismo aplasta, porque es un cúmulo de delitos permitidos, bendecidos por la fuerza de la costumbre y sancionado por las leyes. Los tres síntomas que provoca este despropósito erigido en poder totalitario son la pena, el asco y la vergüenza.


Pena de contemplar que la existencia se nos va escapando como agua entre los dedos y que no nos permiten hacer nuestro proyecto de vida, porque carecemos de medios económicos para hacer estudios que sólo se realizan si hay un pago contante y sonante. Y claro, es la pescadilla que se muerde la cola: si no hay dinero, no hay ampliación de conocimientos y estudios; y sin estos, olvídate de ganar dinero. ¡Perfecto! El sistema es un laberinto del que no se puede escapar, como en ‘la casa que enloquece’ de Asterix y Obelix.

“Buenos días, quiero trabajar”, decimos ejerciendo nuestros derechos humanos. “Muy bien, señor, ¿y su máster?”, nos responderán. Y añadimos: “¿Desde cuándo hay que tener un máster para trabajar en este puesto? Pero bueno, de acuerdo, voy a hacerlo”. Ellos nos replican: “Ajá, estupendo: cuesta tanto dinero”. Y les decimos: “Pero yo no tengo ese dinero, aunque, eso sí, tengo voluntad y ganas de seguir la formación”. Contraatacan: “Sin dinero, no hay opción de máster; sin máster, no hay opción de trabajo”. Y decimos: “Total, que me vaya a la Beneficencia, ¿no?”. Y ya estamos en el bucle. ¿Y ahora qué? ¿Cómo deshacemos el nudo gordiano? Nos ponemos a discutir con el burócrata, hablándole de filosofía, de historia, de política… y por un oído le entra y por otro le sale. Y siempre nos dicen la misma tontería: “Yo le entiendo, si lleva razón; pero no puedo hacer nada por usted”. Claro, ya aquí es cuando nos endemoniamos porque no damos crédito a que este ‘buen’ hombre ejerza de Pilatos y se lave las manos, y decimos: “¿Cómo que no puede hacer nada? ¡Redacte un informe donde se exponga el caso de un hombre/una mujer, que en edad laboral y queriendo ejercer sus derechos constitucionales, no puede llevarlos a cabo!”. Si cada burócrata, en lugar de ser un tapón para que la queja popular no se oiga, redactara una protesta por escrito y la elevara a sus ‘superiores’, el ruido que armaría en los despachos ministeriales y en los consejos de administración de las empresas sería de órdago. Pero los burócratas están ahí para neutralizar las quejas, ahogarlas en el grito amargo de la impotencia. Son lacayos del sistema e imagino que estarán aleccionados para ser corderitos mansos ante los de ‘arriba’ y lobos furibundos contra los de ‘abajo’.

Por tanto, acto seguido viene el asco. Asco de aguantar como lerdos tantas humillaciones, de ir de aquí para allá reclamando justicia, dignidad y derechos humanos y que no sean atendidas nuestras peticiones, reconocidas formalmente, eso sí, en todos los grandes tratados internacionales. Aunque del dicho al hecho, ya se sabe. Luego, cuando ya nos hemos desengañado, viene el estupor y la rabia, al ver cómo la maquinaria burocrática nos engulle. Nos convertimos en panolis prescindibles, en objetos sin valor que ya no le rentan al sistema. Les importamos un pimiento a los jerarcas del capitalismo.

Y vergüenza: la tercera pata de este macabro trípode. Vergüenza de ver a los proletarios hundidos sin enseñar los dientes; vergüenza de no ver a los proletarios dirigiéndose, cargados de razones y cólera, contra los que están provocándoles tantos sinsabores. Como en la canción de Serrat ‘Disculpe el señor’, cuya audición recomiendo encarecidamente.

Están acabando conmigo y contigo y no nos damos por enterado. ¡Miramos cobardemente para otro sitio! ¿Qué hacer? Ellos, los pisoteadores de nuestras vidas, tienen de su lado la violencia legal hecha a través de cuerpos armados; nosotros, inermes y asustadizos, no tenemos ya ni la tranquilidad de la nada, como diría Federico.

Asco, pena y vergüenza. Miserable vida regida por el Belcebú capitalista. Sobramos muchas personas en este reinado del terror. Nos ponen la etiqueta de ‘prescindibles’. Cada día, los cerebros de la maldad infinita se ponen a maquinar operaciones cada vez más sofisticadas para eliminar a sus adversarios, que no somos otros que quienes ejercemos la crítica y nos rebelamos. De grado o por la fuerza, inventan sus planes de exterminio: saben que los ‘outsiders’ somos detritus desechables y que sin apuntar con armas, sólo con dejarnos en la cuneta sin ser debidamente atendidos, nos iremos muriendo poco a poco, abriendo exageradamente la boca como los peces fuera del agua. Pero ellos, malditos sean, no se conmoverán nunca, ¡jamás! Y en este punto, si yo le digo a mis hermanos y hermanas de la clase obrera que nos alcemos y que hagamos la revolución, que en ella sólo tenemos que perder nuestras cadenas, como bien dijo San Carlos de Tréveris, encima el violento sería yo, el incitador... y yo no sé cuántas cosas más. ¡Todo lo que les venga en gana! Venga a imputar a la gente que está cascada, total, ellos hacen y deshacen las leyes; ellos deciden quién trabaja y quién no; ellos mandan a la cárcel a los molestos, a los que dicen las verdades del barquero. “Yo en patas y hambreado/ soy la violencia/ y ellos, armados/ hablan de paz”, como cantaba Rafael Amor.

Por eso yo, como Émile Zola, acuso. ¿Qué quieren que haga o diga, señores orondos de la burguesía y la aristocracia? ¿Que con la que está cayéndonos permanezca en silencio y me convierta en cómplice tácito de sus monstruosidades? ¡No quiero! ¡Me niego a jugar con ustedes, sepultureros! Acuso a los detentadores del poder de ser corruptos y miserables alimañas, gentuza sin escrúpulos, responsables de tantas calamidades evitables. Están subiendo a propósito la temperatura del malestar social. Yo, desde luego, no me pienso cocer como un cangrejo en ese agua hirviendo. Nadie debería estar conforme con que lo cocieran vivo. No sé si servirá de mucho o de poco -quizás incluso no sirva de nada-, pero jamás le haré la pelota a este pútrido Estado. Al menos, me permitiré, ahora y siempre, el gustazo de enarbolar mi estandarte librepensador y revolucionario tantas veces como sea necesario, para hablar o escribir lo que me dicten mi conciencia y mi dignidad. Sin cortapisas. No me callo. Yo acuso a los poderosos y aliento a los pueblos. Parafraseando a Rosa Luxemburgo: “socialismo o barbarie”.



Comentarios

  1. Un artículo que brilla por su construcción, sus argumentos y referencias. Como siempre, querido Luis, nos brindas una auténtica joya en forma de crítica. No obstante, constructiva, animando a todas las personas a reflexionar sobre nuestra condición en un sistema salvaje que nos ahoga y nos acusa de ser nosotros mismos quienes ponemos la soga... Soga que claro está nos vendieron ellos mismos.

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