La cochiquera, o el Congreso de los Diputados. Por Miguel Ángel Ortega

Con menos frecuencia, enciendo la televisión para ver las sesiones parlamentarias en las que nuestros representantes discuten y abordan los temas de inmediata actualidad. Sesiones en las que deben trabajar para luchar por nuestros intereses, independientemente de la ideología de cada grupo. Y como no podía ser de otra forma, el espectáculo que dan desde el graderío y el estrado es más propio de un reality show que de los representantes de la soberanía nacional.

Así, queridos amigos, es común oír gritos, insultos, ver interrupciones, risas, tonos desproporcionados, acusaciones falsas y una infinidad de despropósitos que no se adecuan al nivel que tal labor requiere. Y os aseguro que, si vendáramos los ojos de un trabajador medio, de esos que madrugan al alba y vuelven a casa por la noche, y pusiéramos de fondo cualquiera de las actuaciones que allí se dan, este podría pensar con total tranquilidad que, o están oyendo a los tertulianos de cualquier canal de televisión o presencian una macabra broma con la que le pretendemos engañar.

Y es a raíz de este tema, que me surgen varias cuestiones a las que hoy no logro dar respuestas. ¿Es esta actitud producto de nuestra cultura común? ¿O es nuestra actitud resultado de sus formas? Un eterno dilema, que difícilmente puedo contestar. Muchos alegan que nuestro comportamiento, como ciudadanos, no es más que el fruto de la política que realizan estos seres, que a veces parecen estar desconectados de la realidad. Aunque otros, piensan que estas sesiones no son más que el reflejo de nuestra sociedad. 

Pero sorprendentemente, queridos lectores, esto no es un fenómeno exclusivo de nuestra patria. Cuando el Brexit era un tema que importaba en España, se reproducían en los medios digitales las sesiones de los parlamentarios ingleses. E increíblemente, esos ingleses, que durante tantos años han sido los abanderados de los buenos modales, de la rectitud y de la seriedad, no se distanciaban tanto de nuestros políticos. 

Difícilmente podremos construir un mundo sin saber si quiera entablar un diálogo con las formas que se merece. Siendo un pueblo que, como bien decía Jesús Quintero, presume de no haberse leído un puto libro jamás. 

Me permito así, usar la ya conocida frase que Estanislao Figueras pronunció durante el desarrollo de la Primera República Española: “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros.” Podría expresarse de otra forma, pero dudo que con menos sentimiento. 

Nuestros políticos deben reconsiderar que están haciendo con el voto de confianza que les damos. Aunque tal vez sea yo el que está equivocado, y vea las cosas como no son. Puede ser que todo tenga un cierto sentido, ahora que lo pienso algo más tranquilo. El poder siempre ha acariciado con sus dedos la idea de adormilar al pueblo, y tenerlo entre sus garras acurrucado como si fuera un pequeño cachorro. Y que así este deje de creer que existe una mínima posibilidad de cambio. 

No es que yo pueda exigirles que hagan o dejen de hacer lo que les convenga. Pero sí me gustaría pedirles que no dejen de creer. Que son ustedes, el pueblo, quienes tienen el bastón de mando. 

Cada día que paso en este mundo creo con más fuerza que existen poderes interesados en hacernos pensar que la política no es más que una herramienta oxidada, que ni sierra, ni clava. Pero no se equivoquen, girarse para que a uno no le moleste la luz del sol solo provoca que se queme su espalda. 


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