La Historia oficial nos ha hurtado una información valiosa acerca de quiénes somos y de dónde venimos. Nos ha atiborrado de fechas, de próceres, de batallas, pero ha obviado la memoria de los pueblos, a la que se accede por los sentidos y no tanto por lo que se publica en una Academia, sujeta, por lo demás, a pulsiones disparatadas y esquizofrénicas. Siento que hay una disociación entre el relato de los libros de texto y la verdad latente que, por más que se haya querido ocultar, ha seguido palpitando por debajo de esa capa amnésica y lobotomizadora, movida por espurios intereses. Pero los pueblos conservan aún la antorcha encendida de la “cultura en la sangre”, como diría Federico García Lorca.
El caso más flagrante de ocultamiento y manipulación es el que niega nuestra esencia plural. Desde hace varios siglos, se insiste a propósito en marcar con saña la frontera entre lo supuestamente genuino (Castilla, su Inquisición y su montaraz catolicismo tridentino) y lo supuestamente impostado (lo islámico y lo judío). En realidad, la mezcla de sangres, de ideas, de culturas, de religiones, etc., son los marcadores de identidad de todo el mundo, en especial de los pueblos del Mediterráneo, tan permeables al intercambio y la receptividad. Así pues, quienes esgrimen una quitaesencia para definir lo ‘verdaderamente puro’, comenten el delito de la ignorancia, que tantas catástrofes ha provocado, y le dan la espalda a su verdadero ‘yo’.
Desde que era pequeño, sentía un vacío inexplicable que con el paso del tiempo he ido rellenando con buena información y memoria colectiva. Soy uno de tantos que han crecido con los relatos de la ‘invasión árabe’ y la ‘Reconquista’ (así, en mayúsculas), cuando no hubo en realidad ni una ni otra. De hecho, el término ‘Reconquista’ germina en el siglo XIX cuando se busca un argumento (falaz) para construir la inexistente ‘nación española’. El Estado español jurídico-político es la concreción del confesionalismo católico, el estamento militar, los terratenientes, la monarquía y el agregado forzoso de las naciones ibéricas a un proyecto imperial con base en Madrid.
La cultura de Al Ándalus heredó a la Bética y fue su continuadora natural. Tanto es así, que los modelos que toma nuestra patria andalusí son fundamentalmente griegos (los cuales influyeron a Roma antes) y expande por el Orbe ese conocimiento que en la pobre Edad Media europea no existía. Grandes tratadistas de botánica y medicina, poetas y filósofos, inventores y naturalistas dieron esplendor a una época inigualable. Pero, lamentablemente, extranjerizamos esa etapa, porque tenemos metido hasta los tuétanos la cantinela de Don Pelayo, Covadonga (batalla inexistente), El Cid (un mercenario) y Santiago Matamoros: la ‘verdadera’ España, la ‘Expaña’.
Me falta el elemento judío, el morisco, el mozárabe, el gitano, el negro; me sobra el mito castellanista del cristiano viejo. Ya intuía esta premeditada ocultación desde mi más remota infancia, sólo que entonces no acertaba a comprender los motivos de mi vacío, de ese ‘algo’ que me aportaba una misteriosa e insondable tristeza. Ahora soy consciente de mi pluralidad histórica y me siento tan misceláneo como lo es en esencia mi país andaluz. Pero cada día hay que estar atento a los atropellos que se cometen contra la cultura andaluza, para saber defendernos de quienes impúdicamente esparcen sus despropósitos por todos los medios de comunicación. Desde el Cardenal Cisneros hasta el presente, se ha pretendido el exterminio de la diferencia. Hoy rige, aun con matices, claro está, la misma tónica de fanatismo excluyente.
Cuando por dolorosas razones -que no vienen al caso- tuvimos que trasladarnos a otro municipio, nos llevamos la llave de nuestra casa, de gran parecido con las de las casas andalusíes. Una llave de grandes dimensiones y que aún está en la repisa de mi habitación. El caso es que, sin saberlo yo entonces, estaba repitiendo lo que ya hicieron los judíos de Al Ándalus cuando fueron expulsados en 1492. Los sefardíes se llevaron las llaves con la esperanza del regreso. Esto muestra dos cosas: la primera, que hay gestos, actitudes, ritos, sentimientos, maneras de procesar cada momento, que están arraigados en nuestro ADN, de la misma manera que hay palabras y expresiones de la algarabía (el árabe de Occidente) intactas en nuestra garganta; la segunda, consecuencia de lo anteriormente dicho, es que biológica y culturalmente hablando, somos hijos de la amalgama y el mestizaje. Pero me han obligando al olvido de mis raíces, condenándome a un vacío existencial contra el que me rebelo. Los analfabetos emocionales de la ‘Una, Grande y Libre’ nunca triunfarán mientras que haya un ser humano ávido de enraizarse en su verdadero relato.
Firmado: un andalusí.
Comentarios
Publicar un comentario
Sea respetuoso/a a la hora de escribir su comentario. Muchas gracias.