Cultura en tiempos de saldo, por María Luisa Castro Sevillano

Despunta julio y, según puedo observar por las redes sociales, al fin ha llegado el inicio de un estío por el que muchos llevan suspirando estos meses de enclaustramiento. Y es que resulta que, por mucho que el calendario astronómico se empeñe, el verano no comienza hasta que se empapelan ciudades y webs con infinidad de festivales culturales que se han convertido en una nueva moda que hace las delicias de culturetas de andar por casa y de un público ocioso en general con demasiado tiempo libre que se aferra a la primera actividad que lo saca del tedio de holganza tan prolongada.

Ahora bien, dentro de la nueva ola de programas culturales hay que reservar un espacio de honor a ayuntamientos, concejalías de aspiración multidisciplinar y demás organismos oficiales. Todos quieren su porción de pastel disfrazada de no ya la mejor oferta sino la más copiosa y variada. Aquí la cultura la queremos medir en kilos y no en quilates. 


La aspiración estival se ha convertido en presentar un amplio programa de actividades a granel impresas negro sobre blanco, aunque al final de toda la historia la mitad no hayan visto ni siquiera su primera luz: campamentos de verano disfrazados con nombres tan variopintos como motivos por el que sacar de casa a los vástagos en plena canícula; talleres de deportes no siempre adecuados para las altas temperaturas; eventos anuales marcados en números romanos (que da más empaque) en pos de esa petit mort que experimentamos los amantes de las artes “minoritarias” con la capciosa etiqueta de selectas; noches de paredes blancas devolviendo un destello del viejo glamour del séptimo arte sobre desconchones mal cubiertos; visitas guiadas, teatralizadas, nocturnas o diurnas en cíclica repetición con aspiración de interminables; observaciones de cielo incluso en días de luna llena, nublados y, si me apuras, con un asteroide con categoría ELE sobre nuestras cabezas…

Y así podría continuar con una infinita retahíla de una serie de elementos finitos rediseñados, maquillados y disfrazados hasta el hastío.

Llegados a este punto es innegable que se trata de iniciativas loables, pero que a la postre repercuten no ya en el solaz del pueblo sino en un suculento rédito político. A fin de cuentas, todos somos conscientes de esa forma de vida en continua campaña electoral. Hubo un tiempo en que, personalmente, no lo veía mal. En aquella época yo aún pensaba que cuando se trabaja por el bien de la propia comunidad no hay esfuerzo en vano. Lástima que con el tiempo haya sido terriblemente consciente de que, como sus propósitos, la mayoría de estas propuestas sean a precio de saldo.

Desgraciadamente, por esas raíces renacentistas que se me hunden en lo más profundo de este Leteo, fecundo y verdugo a partes iguales, mi vida es una amalgama de proyectos a los que soy incapaz de negarme. Fui sólo para ser cultura viva y palpitante en cada huella que voy dejando tras de mí en este mundo demasiado pequeño a veces. Sin embargo, esas raíces hace un tiempo que se están volviendo amargas y se pudren como las algas de la orilla demasiado tiempo bajo el sol sin que el agua les devuelva la esperanza en el olvido.


Últimamente asistimos impasibles a un terrible espectáculo donde cada vez hay más personas baratas pretendiendo hacer política a coste cero. Y sería totalmente loable el hecho de sacar todo un programa de actividades para tres meses que no costase un céntimo a las arcas públicas. 

Ahora bien, habrá quien se esté preguntando el porqué de esta crítica que no es ni mucho menos la mitad de incendiaria de lo que en su momento hubiera querido. Pero la indignación hay que dejarla macerar y reposar como los buenos caldos para que no se nos avinagre la vida cuando le permitimos ver la luz. Pues bien, volviendo al leitmotiv, el problema radica en el agravio comparativo.

Como diría mi abuela, para muestra, un botón.

¿Que quiero hacer un encuentro poético que alcance renombre en el “mundillo”? Llamamos a una “figura nacional” y no reparamos en gastos para hacerlo venir. Y para decorar un poco el escenario tan desangelado reunimos a los poetas menores del entorno para que arropen y realcen a la estrellita de turno. Pero a esos, que en conciencia deberían pagar por compartir el mismo atril, ni siquiera les damos las gracias. 

Por favor, qué absurdez dar las gracias a una persona que no duda ni siquiera en arremangarse y poner sillas a falta de operarios municipales, que recita bajo la luz de una farola si hace falta o que te escribe el discurso que eres incapaz de redactar a pesar de que diriges una delegación con más nombre que peso. Seremos muy progres, pero el negro que siga en la sombra. Y escribo “negro” sobre la cal de esta sierra aunque en estos momentos no sea lo más políticamente correcto por aquello del revisionismo histórico y la luz distorsionada de los últimos tiempos.

¿Que queremos tener cine de verano que haga delicias de pequeños y mayores? Seguro que ya encontramos a cuatro tontos –siempre desde el cariño– que trabajen de junio a septiembre a coste cero. Cualquier asociación nos vale con tal de que nos saquen adelante el proyecto y no nos causen muchos problemas, que a fin de cuentas lo que buscamos es una medallita más para sacar pecho. Pero la actividad gratuita y las películas de cartelera y última actualidad. ¿Que hay sesiones que fracasan? Qué importa. Ya hemos publicado el programa y la foto en las redes oficiales para subir otro peldaño en la escalada electoral.

Y ahora os preguntaréis, ¿y el agravio comparativo? Fácil y triste. En estos tiempos donde todos estamos viendo nuestras vidas amenazadas por un enemigo invisible, llega esa asociación y actuando en conciencia y consecuencia decide que no es momento de reunirnos en torno a una pantalla simplemente porque no hay mínimo asumible, no nos valen los daños colaterales de nuestro egoísmo si una sola persona sale enferma de ese patio. Pero, entonces, siempre llega el mal loado oportunista y sobre tu estela ya no escala la misma cresta de la ola sino que te tira contra las piedras del fondo. Y ves cómo a ese listillo que vende la idea casi irreconocible, vestida y pintarrajeada de meretriz como algo innovador, se le conceden todas las facilidades del mundo y se le otorgan fueros y prebendas que jamás hubieras soñado. Porque, ¿qué importa un posible foco de infección si tenemos una actividad más con que inclinar el platillo de la balanza?

Llorar… que lloren otros.

Y podría continuar con una lista de ejemplos que Las mil y unas noches se quedaría en cuento para párvulos si no fuese porque me hastía demasiado continuar con este tema. 

No obstante, no quiero terminar esta diatriba contra los que quieren hacer de la Cultura, con mayúsculas y sacrosanta, un consumible más de los que hay en las cajas de restos de serie a precio de saldo, sin hacer un alegato a favor de todos aquellos que contribuyen con su talento, su trabajo, el resultado de sus esfuerzos y aprendizaje y se dejan un pedacito de su alma de un modo desinteresado sólo para devolver a sus vecinos la esperanza en que otra forma de vivir es posible. Más allá de las grisuras terribles de la monotonía, del inmovilismo, del yermo que asola los pequeños pueblos de nuestra tierra. Ellos que no piden, pero a los que se exige sin ofrecer. Los que siempre están dispuestos a prestar su música, su voz, su pluma, su poesía, sus pinceles, su ser, sin esperar nada a cambio. Esos, mis amigos, mis compañeros, mis admirados desconocidos de los que he disfrutado tantas tardes de primavera, tantas noches de verano, se merecen el respeto de todos esos políticos incapaces de valorar el talento aquende sus fronteras mientras ponen la alfombra roja a cualquiera que venga de fuera y les pueda suponer una piedra más en el burdo saco que represente sus colores.

Así que hoy me planto. Me cruzo de brazos y veo cómo arde lentamente frente a mis ojos el último programa, germen de este desencanto. 

No. No todo vale. No en estos tiempos. 

No con los que nos damos en cuerpo y alma por y para la Cultura y solamente recibimos a cambio el abandono de las instituciones y el agravio por parte de sus dirigentes.

La Cultura no se regala. Se valora y se cuida como el mayor bien inmaterial que posee el ser humano. Y si no somos capaces de valorar eso, no servimos tampoco para ocupar la poltrona a la que con tanto ahínco nos aferramos.

A tres días del 1 de julio de 2020.

Comentarios

  1. Un estupendo escrito lleno de razones y verdades con el que estoy totalmente de acuerdo. Felicidades, María Luisa, no se puede decir ni más alto ni más claro.

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  2. Boh, qué BARBARIDAD. Así, tal cual, en mayúsculas. La no siempre acertada RAE (con excepciones, como ésta) define la primera acepción de 'barbarie' como 'falta de cultura o de civilidad'. Justo -creo- que lo que tan acertadamente denuncias en este 'post'. Dichosa manía de concentrar un amasijo de eventos, muchas veces sin ton ni son, en una única semana al año. Barbarie la de creer que la Cultura es, como dices, producto mercantilizado y politizado. Y encima date con un canto de dientes porque ahí hay esa semana por lo menos. Y que más vale malo conocido que malo por conocer. Pero si, como haces con estas palabras tuyas, solo clamamos sin tapujos, eso, qué pena, qué barbarie...

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