Hoy quiero olvidarme de los tertulianos zafios que convierten el arte de la política en puro espectáculo. Me negaré a aceptar que sean los periódicos los que dicten las conversaciones entre vecinos. Pensaré -sin creer en ello- que en el Congreso existe la ética y que la caridad tiene de revolucionaria, lo mismo que de humildad posee nuestra monarquía.
Que quede bien claro que si estoy caricaturizando a esta realidad hiriente, es porque los bares vuelven a la normalidad y tengo de nuevo entre mis manos el cuerpo polar de una cerveza. Con el primer sorbo me recompongo de los quehaceres semanales. Y, aunque ya podemos disfrutar de nuestras playas, yo continuo bañando mis labios en el mar amarillo de un tercio, mientras la lengua busca versos en las olas de espuma.
Cuán ignorantes son aquellos que definen la cerveza como una simple bebida alcohólica, obviando el aspecto intelectual que esconde tras el vidrio. Beber una cerveza es abrazar a un amigo desde la distancia o, tal vez, desnudarse ante temas profundos en noches de autodesprecio. Quien la bebe tiene el privilegio de tener por patria al diálogo. Quien, sin hacer apología del alcoholismo, la adora, canta entre bohemios el himno alegre de lo sencillo.
La cerveza -verdadera Torre de Babel- nos transporta a Alemania o Irlanda sin tener que coger un avión. Con ella de la mano, decimos el 'te quiero' cara a cara, con más valentía que cuando lo expresamos en un poema simbolista que nadie entiende. Los poetas que se inspiran con la cerveza, observan el origen primitivo del proceso de fabricación: el sol iluminando los sombreros de jornaleros en tierras de secano.
Y lo más importante de todo, es que entendiendo su idiosincrasia, nos volvemos, más rebeldes, más canallas... Por ello, ya que la siento en el sur de mi cabeza, os pido que brindemos por una nueva utopía, en donde no haga falta obedecer leyes, en donde la buena gente sea libre y la realidad, más allá de postrarnos en una cama llena de lágrimas, nos conceda a los pobres sin fronteras un baile.
Ya vuelven a la normalidad los bares. Para caminar hacia una terraza nos pondremos, por responsabilidad ciudadana, mascarillas, pero ningún gobierno (o cualquier autoridad) será capaz de amordazar nuestros sueños mientras quede una gota de cebada líquida, porque la anarquía que crearemos en torno a ella nunca claudicará ante las órdenes de los tiranos.
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