No volveré a escribir más, por Miguel Ángel Ortega

Llevo semanas, desde mi última publicación en este mismo blog, pensando en cómo sería mi siguiente artículo de opinión. En un principio, pensé escribir sobre la monarquía, ya saben, nuestro querido Juan Carlos recibió un poco de aquí y de allí, y ahora, según revela The Guardian, también hizo algún que otro favor a su hijo para que disfrutara de un precioso viaje. Por lo visto, y según marca la tradición, lo de robar es innato en la casa Borbón. Con el paso de los días, ese espíritu que quería llevarse consigo toda una institución se apagó. Ahora quería centrarme en lo que de verdad importaba a nuestra sociedad, la educación, o lo que es lo mismo, mi profesión. Uno ve tantas incongruencias por parte del consejero de Andalucía que entra en pánico cada vez que este abre la boca. Centros con ratios desmesuradas, profesores al borde del colapso tras una experiencia traumática, leyes educativas cambiantes y de vez en cuando alguna que otra metedura de pata de la Ministra de Educación. Con un buen artículo lograría solventar los errores cometidos por nuestros políticos, ayudar a las familias a ofrecerles una escuela más accesible, sana y equilibrada. Y para colmo, cumplir mi sueño de ser de una vez por todas profesor. Pero una vez más, pasó el tiempo y con el todas y cada una de las palabras que andaban deambulando por mi mente se marcharon. Por último, me decidí a escribir sobre la actualidad internacional. Tras la problemática generada por los sucesivos ataques al patrimonio artístico e histórico que se están sucediendo a lo largo del globo era hora de hablar sobre el presentismo en la Historia, la intromisión laboral de los periodistas en nuestro campo y de paso dignificar nuestra profesión. 

Tres artículos, miles de ideas, críticas constructivas (entre alguna que otra reprimenda) y en definitiva una gran solución. ¿Y qué está leyendo usted, querido lector? Desde luego no un llamamiento a la constitución de una República, ni las aportaciones para mejorar nuestra educación. Ni mucho menos una defensa del papel del Historiador. 

Unos cuantos días han bastado para ser consciente de que es complicado reflexionar cuando perteneces a mi generación. Cuando uno está muerto en vida ya sólo le queda convertirte en un observador. Y es que claro, a veces tiendo a tener ratos de libertad en los que quiero, por espíritu o razón, ayudar a mejorar un mundo en el que parece que estoy condenado a fracasar. Ya conocen mis críticas sobre lo podrido que está este sistema. Sobre como en el se premia más el “conocidismo” que la formación. Sobre lo desesperante que es pasar páginas y páginas en busca de una buena oferta de trabajo, y más aún cuando piden una experiencia que nunca tendrás porque no te dejan si quiera probar. En definitiva, fracasos tras fracasos, que diariamente uno va coleccionado. Que minan tu moral, hasta acabar en las profundidades acompañado, no de metales preciosos, sino de vacíos emocionales. 

Ser consciente de que no existe un futuro más allá que el de sobrevivir de la caridad estatal acompañado de un trabajo precario. De habitar hogares que pertenecen a extraños y en los cuales solo pernoctarás. De renunciar a tu lugar de origen, junto a un paisaje eterno, para marchar a cualquier apestosa ciudad para tragar el humo de los coches que no cesan su actividad. Ser consciente de todo esto jamás te dejará pensar con claridad. 

Y créanme, me asusta pensar que he olvidado escribir, imaginar, soñar, crear…

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