Juventud consumida, pueblo sin futuro. Por José Antonio Sánchez

Este es uno de esos artículos que deseas gritar a los cuatro vientos pero que, al mismo tiempo, produce demasiadas lágrimas al escribirlo. Me apena ver cómo gran parte de la juventud de muchos pueblos está tirando su vida por la borda. También me entristece la indiferencia de los vecinos, quienes solo se limitan a catalogarlos de “yonqui” y vuelven la cara como si este problema no fuera con ellos. Quizás, quien hace esto, nunca se ha puesto en la piel de esa madre que llora desesperadamente, mientras le reza a la patrona del pueblo para que pronto se la lleve al cielo para no seguir  viendo como su hijo se va matando lentamente y va destruyendo a todo su alrededor.

Para tener empatía no debemos quedarnos con el qué del asunto, sino profundizar en el por qué chavales deciden renunciar “al divino tesoro”, y buscan su identidad en los callejones del pueblo donde habita la oscuridad más embustera. La juventud vive una época de abandono, es hija de la crisis económica, ha tenido que soportar promesas falsas sobre su futuro laboral, y a un sistema educativo que no siempre valora la diversidad... Mas asumir todo este vacío existencial es difícil cuando miras a la vida con la incertidumbre que el mundo te han inyectado. Por eso algunos adolescentes deciden crear sus identidades camuflándose en ideologías extremas llenas de odio o autodestruyéndose con las sustancias químicas. Hay un sinfín de razones para caer en las malditas drogas. No siempre toda la culpa recae en ellos o “en su junta”.

¿Y qué hacen las instituciones locales y provinciales ante este grave problema? Necesitamos medidas que permitan darle a nuestros jóvenes alternativas. Para solucionar esto no solo es suficiente el reforzamiento de la seguridad -que también es importante- porque entonces nuestra mirada sería a corto placo y superficial. Tenemos que pensar entre todos -vecinos, ayuntamiento, asociaciones...- alternativas de ocio (centros de juegos públicos abiertos los fines de semanas, cines nocturnos, etc.), mecanismos para que los jóvenes participen en la vida del pueblo (aportando ideas culturales, por ejemplo), cursos formativos o, entre otras medidas de las muchísimas que se nos podrían ocurrir, el fomento de una educación cívica sobre la importancia de llevar una vida sana.  Me gustaría citar aquí, sin ser yo el más indicado para mencionar a un santo cristiano, la labor que realizó Don Bosco con chicos pobres que se habían entregado a la única alternativa que se les ofrecía en la Italia del momento: la delincuencia.

Por favor, a todos los representantes y vecinos de todos los pueblos gaditanos que tengan este problema, les pido con humildad que no hagamos de esto un tema tabú. Sé que muchos de estos jóvenes que están comenzando a introducirse en este camino del mal, tienen buen corazón y grandes capacidades para no despreciar sus vidas de esta forma tan cruel.  Con su muerte, morirá también nuestros pueblos, sus costumbres, sus plazas y, en definitiva, el recuerdo de quienes fuimos y la esencia de quienes queremos ser. Es un tema que nos afecta a todos. No seamos indiferentes ante el sufrimiento ajeno. Sé que si entre todos buscamos soluciones, nuestros jóvenes hallarán luz en aquellos callejones de oscuridad y nuestro pueblo vivirá eternamente.

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