Estaba la sierra... por algo será. Fernando Sánchez

El pasado sábado, festividad de San Antonio de Padua, mi mujer y yo fuimos a dar un paseo por la Sierra, aprovechando que teníamos que llegar a Benamahoma a recoger agua para beber, cosa que venimos haciendo con cierta frecuencia desde algún tiempo atrás (exceptuando los tres últimos meses). En esta ocasión y debido a que llevábamos mucho tiempo sin ir a ninguno sitio, pensamos en preparar unos bocadillos y unas cervezas, además de fruta, para comer en el campo y echar un buen rato al aire libre.

Ya de camino, sentí una sensación placentera de libertad al respirar ese aroma fresco que da el monte, especialmente cuando empezamos a subir por esa sinuosa carretera que va serpeando entre la frondosa vegetación. Un poco más arriba y antes de comenzar a bajar hacia la localidad de Benamahoma, nos encontramos de frente esa impresionante mole de roca calcárea: la Sierra del Pinar con su más alta cumbre, el pico del Torreón (1664 m.) que quita el sentío nada más verlo.

Rebasada ya la población volvemos a ascender hasta llegar a la zona de recreo de Los Llanos del Campo. Una vez que llegamos, podemos comprobar que la explanada de aparcamientos formaba un colorido mosaico formado por vehículos de todas clases y colores, desde auto-caravanas, turismos de todo tipo y tamaño, motocicletas… Tal es que pensamos que habría una romería u otra fiesta por el estilo. Pero no era eso, simplemente es que muchas de las personas que, como nosotros, habían ido a pasar el día a la Sierra, eligieron dicho lugar para comer, descansar, y otras tantas actividades lúdicas y variadas. Incluso (y no eran pocos),  había quienes tomaban el sol a pierna suelta como si estuvieran en la playa.
Ni que decir tiene que el clima era inmejorable, con agradable temperatura, verdes campos, cielo azul intenso, cruzado por tímidas y blancas nubecillas, que como pellizquitos de algodón pasaban de vez en cuando acariciando las altas montañas.
 
Así que se podría cantar como en los Tanguillos de Cádiz, cambiando un poco la letra (con
perdón de los gaditanos), aquello de: “Estaba la Sierra... igual que una playa, tan solo faltaba… sombrilla y toalla”. Y aunque será difícil por estos parajes encontrar duros antiguos, seguro que los visitantes descubren los grandes tesoros que encierra esta zona,  donde hay para todos los gustos y aficiones... Son tantos y tan diversos que que no los voy a enumerar. Dejaré el catálogo abierto para que cada cual se interese y elija.

Por supuesto, sobra decir que abusando de la paciencia y amabilidad de los lectores, esto es una invitación formal a todas las personas que deseen deleitarse con experiencias, momentos y sensaciones maravillosamente indescriptibles visitando la Sierra de Cádiz.

¡Qué les sea de provecho!

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