El peso de una mosca, por Fernando Sánchez

Esta semana se cumple un año de un viaje realizado a Tenerife por asuntos familiares y de ocio. Era la tercera vez que subía a un avión y la primera que veía un hecho que me sorprendió. Resulta que en Sevilla, entre otras muchas personas accedieron al aparato un grupos de jóvenes de ambos sexos que ocuparon sus asientos debidamente como todo el mundo. Hasta aquí, todo normal.

En las ocasiones precedentes, los pasajeros permanecieron durante todo el recorrido (dos horas y media) sentados, levantándose exclusivamente para ir al servicio. Quienes se movían por el pasillo continuamente era el personal de la tripulación que no paraba de servir desayunos, bocadillos, agua, y otras bebidas solicitadas por el pasaje; aparte de ofrecer, micrófono en mano, infinidad de artículos de todo tipo: cosméticos, revistas y otros por el estilo. Incluso una especie de lotería.  Yo que lo que deseaba era relajarme, pensaba si no podían dejarnos tranquilos un rato al menos. Al parecer es el precio que hay que pagar por comprar los billetes en compañías Low cost.

Pero volviendo al tema, lo realmente distinto y sorprendente para mí en el mencionado vuelo ocurrió poco después de despegar, una vez que el avión había tomado altura y velocidad suficiente; impartidas las instrucciones e información sobre las medidas de seguridad por parte de algunos miembros de la tripulación, y previa comunicación de que ya nos podíamos desabrochar los cinturones. Fue entonces cuando se desató la tormenta (por llamarle de algún modo). Las y los jóvenes que cité anteriormente comenzaron a levantarse y salir al pasillo, ataviados con las prendas y objetos oportunos dispuestos a montar una fiesta allí mismo. Por lo visto iban a una despedida de solter@s y comenzaron la juerga por todo lo alto, -nunca mejor dicho- en pleno vuelo. Estuvieron cantando y bailando casi todo el tiempo. Sevillanas, rumbas salsa, y otros ritmos, componían su repertorio.

Con ello lograron que el trayecto fuera más ameno, pero pero también que me acordara de una tertulia mantenida con unos amigos hace ya unos cuantos años. No recuerdo quién lo hizo, pero hubo un comentario que nos dejó perplejos a todos. Era el siguiente: “Imaginaos que durante el vuelo de un avión hay una mosca en su interior, que a veces se posa y otras vuela”. A continuación lanzó la pregunta del millón: ¿Cómo creéis que pesará más el avión, con la mosca aposada o volando? Como es de suponer, las opiniones fueron diversas y dispares, entre chistes y risas, pero la cuestión no quedó nada clara.

Aunque suene a cachondeo, todavía tengo ese dilema. ¿Qué culpa tendrá la pobre mosca?.

Creo que me hace falta echar un rato con Galileo, Einstein, Copérnico etc...

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