Uno no elige dónde nace. Yo, como mis compañeros en este blog, he tenido la enorme suerte de pertenecer a una de las tierras más propicias y ricas del sur, ya sea por cultura, gastronomía o por lugares dignos de un edén. Unas tierras áridas regadas por sus mejores afluentes “guadalquivireños” que nos dan productos supremos de los que aquí se puede disfrutar. Sus gentes repletas de arte que beben del sol de Andalucía. El clima acogedor y extravagante que nos invita a aprovechar estos bienes.
Cádiz capital, con esa cultura carnavalesca y rincones que te transportan a los más antaños momentos del origen de estas tierras. Jerez, con su olor a vino, a albero y caballos. El Puerto de Santa María, con su ambiente marinero y sus restos del Vaporcito. Chiclana, con sus playas de arena infinita. San Fernando, con su aire asalitrado y sus marismas cañaillas. Arcos, con sus cuestas que te llevan al mejor de los paisajes. Medina Sidonia, con su alma medieval. Sanlúcar, con su marisco y su Coto. Barbate, con sus atunes y paraísos salados. Los pueblos blancos de la sierra que nos aportan tanta belleza al mapa.
Y aún así, teniendo todo lo que tenemos odiamos. Porque el ser humano nació necio, válgase la redundancia. El hecho de odiar es un misterio que gira. A veces odiamos, otras nos odian, pero casi siempre odiamos porque el otro tiene lo que nosotros no. Y eso nos pasa con nuestros vecinos. Creamos una relación tóxica sin sentido aparente incitando cada vez más y más al odio. Esto también lo plasman Los Simpsons con Springfield contra Shelbyville. Así que no solo pasa aquí, el odio con el de al lado está presente en muchas sociedades. Pero, ¿por qué odiamos? ¿Por qué el ser humano habla el idioma del odio? ¿De dónde viene esta mala manía? Las personas tenemos un defecto (aunque en realidad son muchos más), vinimos al mundo para sentirnos acomplejados por lo que tiene el otro y por no ver lo que nosotros tenemos. Porque somos obsesivos y necesitamos compararnos, nos distraemos con banalidades y no nos damos cuenta de que esto no es cuestión de rivalidad. Esta paradoja nos lleva al odio y nos hace olvidar las maravillas que tenemos en nuestra tierra. Cuando localizamos el punto de partida del verbo del mal es cuando ya podemos quitarnos la venda y ver todo lo bueno de cada municipio. No se trata de ver quién tiene más que el otro, ni de ser más que nadie por pertenecer a tal ciudad o pueblo. Se trata de aceptar lo tuyo, de contemplar, admirar y agradecer lo que tenemos alrededor. De dejar de lado el afán de superación porque aquí no hay nada que superar. De valorar nuestro lugar en el mapa y de sentirnos afortunados por pertenecer a aquí.
Uno no elige dónde nace pero sí elige de donde quiere sentirse. Por eso yo me siento gaditana y de todas sus localidades.
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