"Este será mi año" es algo que nos decimos cada 1 de enero, algo que intentamos cumplir aunque hay veces que todo se tuerce. Creo, que más que torcido, el 2020 será un poco complicado de encontrar.
Este iba a ser mi año, al menos uno muy importante, quizás no mucho más que los 21 anteriores, pero sí tendría cosas especiales: sería mi último año con las personas que han sido mi segunda familia, y también el último año en la que ha sido mi casa durante estos cuatro últimos.
Y todo esto se torció de un día para otro. La mañana del 12 de marzo fui a clase. Recuerdo que nos hablaron de la escultura renacentista en Andalucía y de Diderot. Por la tarde tendría que volver pero las noticias empezaban a hablar de algo que entonces nos sonaba extraño pero que está siendo parte de nuestra vida los últimos meses: Estado de Alarma.
Decidí volver a casa. Llené la maleta con lo mismo de todas las semanas aunque añadí la comida más perecedera que había comprado el día antes para más de una semana. Ese finde había un congreso sobre Velázquez al que deberían haber acudido personalidades de todo el mundo, pero se acababa de cancelar por lo que todos sabemos, lo que fue la gota que colmó el vaso de mi tranquilidad.
Volví a casa esa misma tarde pensando que todo duraría pocas semanas, un mes o mes y medio a lo sumo. Que después de ese tiempo, volvería a Sevilla, a mi pisito de Triana, que volvería a dar clases, que compartiría mesa en el comedor con mis amigos, bien cerquita, hablando de nuestras cosas y riéndonos por tonterías, que volvería a recorrer los monumentales pasillos del Rectorado y que pasaría más de una tarde de primavera en el césped al lado del Guadalquivir, con vistas al Puente de Triana.
También que podría despedirme de la obra de Martínez Montañés en el Bellas Artes o que vería la de Toulouse-Lautrec en el Caixa Fórum. Era mi propósito pisar el albero del Real de la Feria por primera vez, quería volver a sentir un trocito del Cádiz más carnavalero en el centro de Sevilla o ver a mis autores favoritos en la Feria del Libro… Pero hoy, el día que me pongo nostálgica, hace tres meses desde ese 12 de marzo. Y nada de eso que haría mi 2020 un poco más especial ha pasado.
No me he podido despedir de mis compañeros (y si lo hago, no podrá ser con un abrazo), no me he podido despedir de las calles sevillanas, que estos meses han debido oler increíblemente a azahar, no he podido ir por última vez a la Plaza de España o ver la Giralda, que ahora luce resplandeciente en la Plaza Virgen de los Reyes. Tampoco he ido por última vez al centro comercial para merendar con mis compañeras de piso, ni habrá graduación del Grado en Historia del Arte para la promoción 2016/2020, o al menos no por ahora. Se han quedado tantas cosas por hacer en estos tres meses…
Y no sólo a mí, todo el mundo ha parado y demasiada gente se ha bajado de él antes de tiempo. La vida es así, cambia de un día para otro. Ahora sólo nos ha pedido que bajemos el ritmo, que paremos un poco. Quizás es cierto que todo iba demasiado rápido y la Naturaleza nos ha avisado de que algo estamos haciendo mal, pero a qué precio tan alto…
Yo podré despedirme, aunque sea a medias, de todas esas cosas. No será el final deseado, que consistía en pasar horas y horas en la biblioteca para descansar después tomando algo mientras recordábamos momentos pasados y planeábamos momentos futuros. Los nervios por los exámenes y las notas se vivirán a través de mensajes de WhatsApp o videollamadas. Y lo siento, pero los ojos no se ven igual de bien a través de una pantalla de móvil pixelada y ni mucho menos podremos compartir la felicidad de un aprobado con un abrazo, para lo que los emoticonos se quedan muy pero que muy cortos.
Yo guardaré toda esta felicidad dentro de mí, junto con la esperanza de una despedida
un poco más entera, aunque sea mascarilla incluida o en visitas exprés, pero pensando en todas las despedidas a medias que no podrán ser completadas por culpa de eso que todos sabemos.
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