Con permiso, ¿puedo respirar? Por Luis de Manuela

“¿Dónde caerá el maná del cómico, si nosotros no somos de ninguna parte? Somos… del camino”. Esta frase de Galván (personaje interpretado por José Sacristán) en ‘El viaje a ninguna parte’, maravillosa obra de Fernando Fernán-Gómez, exponía la queja de quienes viven permanentemente vetados por su condición errabunda y no pueden ganarse el pan en ningún lugar porque ellos no son de aquí ni de allí, son del camino. Extrapolando el sentido de la frase, también podría aplicarse a los que entienden que los periodistas (locutores e informadores en general) se entromenten en asuntos que no les pertenecen, como si el saber no fuera universal y como si todo no estuviera unido entre sí. Como si no fuera lo más normal del mundo el trasvase de saberes y conocimientos entre gentes de toda laya. Y como si la labor informativa no consistiera, precisamente, en ser correa de transmisión.


El celo profesional de determinados gremios lleva a blindar el conocimiento de su especialidad ante la mirada curiosa y ávida de saber de aquellos a los que catalogan como ‘profanos’. Gentes que se creen portadoras de la docta sabiduría en su rama, los únicos portavoces válidos para hablar de la materia, niegan la cultura general a quienes no pertenecen a su sector. Estamos ya cansados de esta cantinela tontuna de la ‘hiperespecialización’, negándonos a los demás la opción de conocer y saber, simplemente porque no somos… (pon aquí la profesión que se te ocurra: abogado, historiador, médico, arquitecto, etc.). Está claro que los especialistas están obligados a ser más constantes en el estudio de lo que tratan que quienes se acercan a esos saberes como cultura general; pero los hay tan retorcidos, tan idiotas (perdón por la expresión, pero es la que más les cuadra), tan prepotentes, que nos niegan a los informadores y al común de los mortales opinar sobre tal o cual cosa… ¡porque no somos especialistas! Zapatero a tus zapatos (y yo siempre voy descalzo). Como si no hubiera material disponible a nuestro alcance para documentarnos y cultivarnos; como si el saber fuese un poder esotérico sólo apto para sagaces iluminados. Así las cosas, como no soy historiador, no hablo de Historia; como no soy abogado, no hablo de Leyes; como no soy médico, no hablo de Medicina; como no soy soy… En resumen: lo que sabe uno del gremio se queda para los de su casta y, en caso de que se ofrezca a los ‘ignorantes’, se otorga, cual despotismo ilustrado, por graciosa concesión de dicho gremio. ¡Como si la vida y la Historia no la hicieran los pueblos!

Está claro que los ‘no especialistas’ tenemos que tener un poquito de prudencia y estar atento siempre a los que se entregan de lleno en una determinada materia, pero de ahí a decir que los periodistas, locutores e informadores se entromenten, va un abismo. Muy señores míos: ¡el saber es consustancial al hombre! ¡Es una cuestión de cultura! ¿Acaso no pueden aprender y saber por su cuenta quienes no pertenecen a sus restringidos cenáculos? ¿Acaso no puede opinar la gente del pueblo que son quienes protagonizan los hechos históricos? ¿Acaso un informador no puede divulgar un conocimiento humano y no exclusivo de ninguna capilla esotérica? Muy señores míos: no tienen derecho a reivindicar que sólo vuestras mentes privilegiadas tienen la potestad de hablar y opinar de esos temas. Y yo me pregunto: ¿cuál es el saber específico de mi gremio, para poder decirle a estas personas engreídas que no se entrometan en mi labor? El saber específico de mi gremio es… ¡ninguno! Somos, simplemente, informadores, locutores, pero no tenemos campo ni parcela esotérica que defender; en cambio, ellos, los de la docta y exclusiva sapiencia (pon aquí la profesión que quieras), dicen que no se metan en sus asuntos.

El informador, el locutor, está obligado a procurarse -con el esfuerzo y la paciencia de una gota malaya horadando la piedra- una cultura general lo más amplia posible para transmitir esos conocimientos, repartir algo que a nadie en exclusiva le pertenece, porque es patrimonio de todos. Así que, por favor, déjense de pataletas y sigan investigando, que nosotros se lo habremos de agradecer estudiando sus publicaciones; pero dejen de incordiar a los que tenemos sed de cultura y ánimo de divulgación universal, porque a los informadores, a los locutores (más aún a los que somos de digno y humilde pueblo trabajador) nos insufla una sola esperanza: ¡que los pueblos sepan, porque el saber es suyo! En las capillas del docto saber exclusivo, la cultura no transpira y se muere al no recibir la luz y el oxígeno de la calle. Pobres herederos de una Edad Media a la europea, encerrada en podridos gremios, muy lejos del espíritu andalusí y renacentista abierto a todos los saberes.


El único límite de prosperar en el saber está en la voluntad, en las ganas de ir subiendo pacientemente los peldaños de una larguísima escalera que sólo termina cuando Caronte te lleva en su barca. Nada hay más pernicioso para la cultura que los que se arrogan los misterios del conocimiento como si les hubiesen sido revelados por gracia divina. Los demás somos pardillos que no tenemos ni idea y que, además, nos metemos en camisa de once varas. Pues trabajar de informador y de locutor va a resultarnos, con está absurda lógica gremial, muy sencillo a partir de ahora: como no tenemos concimiento concreto, como somos del camino y ningún maná nos pertenece, dejaremos el espacio en blanco de los artículos, y cuando se encienda el piloto rojo de ‘en el aire’, nos quedaremos callados por espacio de una hora. Aunque como siempre habrá alguna pega que poner y el silencio al que nos invitan les parecerá insuficiente, seguro que alguien dice que se nos escucha respirar por el micrófono y que, por favor, no lo hagamos, ya que no somos ‘respirólogos’.

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