Aquella casa, por Miguel Ángel Rincón

En el mes de marzo de 2012, un familiar más o menos cercano me llamó por teléfono para que nos viéramos aquella tarde. Quería comentarme algo, así que quedamos en La Taberna Irlandesa. Allí, con un par de cervecitas me contó varios retazos de una curiosa historia que le estaba sucediendo a una familia que, por trabajo, vivían en el pueblo. Este familiar sabía de mi afición por determinados casos y de mis colaboraciones con varias revistas especializadas en, llamémosle... ‘misterios’. También, cómo no, estaba al tanto de mi escepticismo. A pesar de esto últmo, me contó algunos detalles de lo que estaba pasando en una casa cercana al centro del pueblo. 


Antes de continuar, he de aclarar que al informar a la familia protagonista de que iba a escribir sobre el asunto me hicieron saber que no quieren, de ningún modo, que sus datos personales sean conocidos (con toda razón). Actualmente viven en otra casa y aquellas experiencias ya forman parte del pasado. Todo lo que les voy a relatar lo han llevado en un absoluto secretismo, tanto es así, que ni su propia familia o amistades saben nada. Tras este necesario preámbulo, comprenderán que no pueda ofrecer demasiados detalles, pero creo que puede ser interesante que vea la luz. Es más, si lo prefieren pueden pensar que esta historia ha fluido libremente de mi imaginación.

La tarde del viernes, 16 de marzo de 2012, atravesé el umbral de una humilde casa pradense. Me recibió una pareja con sus hijos y me invitaron amablemente a un té. El marido comenzó a contarme todos los detalles de la historia, no sin un cierto pudor. Era la primera vez que hablaban abiertamente con alguien de estos sucesos. 


Resulta que un par de semanas después de haber alquilado aquella casa, uno de sus hijos, el menor, empezó a escuchar por la noche ruidos en su habitación. Según me contaba, era como si arañasen las paredes y el techo. No era un sonido fuerte, pero lo suficiente para ser escuchado desde la cama en el silencio de la noche. Al amanecer del día siguiente, el hijo se lo comentó a los padres. El matrimonio, lógicamente, no le dio la menor importancia. Pasaron varios meses y aquellos ‘arañazos’ seguían produciéndose casi todas las noches, incluso fue incrementándose alarmantemente, pues una madrugada, a eso de las tres, el hijo menor se despertó por el ruido de los arañazos, que parecían multiplicarse en ese momento. De repente, todo quedó en silencio, un silencio cortante. A los pocos segundos de que parase el ruido en las paredes, sintió como si un peso cayera en un lateral de la cama, como si alguien se hubiera sentado lentamente a su lado. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, de pies a cabeza. El joven no recordaba cuánto tiempo aguantó entre las sábanas antes de dar un salto y salir de la habitación en busca de sus padres, los cuales dormían en el cuarto contiguo. Éstos, seguían sin creerle del todo, ellos no habían escuchado nada, no habían sentido ruidos raros en aquella casa, quizá algunos cambios bruscos de temperatura que achacaban a la humedad de una casa antigua. El padre, buen hombre donde los haya, para quitarle el miedo a su hijo, decidió que la noche siguiente se acostaría en la habitación, y el joven dormiría con un hermano en el cuarto que estaba justo enfrente del suyo. Cuando llegó la hora de dormir, el marido dio las buenas noches a su familia y se metió en la habitación. A las 3:30 AM, el hombre abrió de un golpe la puerta y salió como alma que lleva el diablo dirección al lavadero, adonde instintivamente subió a por la escopeta de caza que allí guardaba. 
Según me relató él, aquella noche se acostó tranquilamente y se quedó dormido sin problemas. A las 3:15 AM, se despertó y miró la hora en el móvil. Le pareció escuchar un ruido constante parecido al que su hijo le había comentado tantas veces, como si arañasen las paredes. Pensó que serían ratones correteando por el falso techo de escayola. 15 minutos después, se despertó con las sábanas completamente bajadas. Trató de racionalizar aquello pensando que habría sido él mismo sin darse cuenta, se incorporó para volver a taparse cuando, frente por frente, justo a los pies de la cama, una figura oscura, una especie de tétrica sombra lo observaba silenciosamente. Un repentino frío invadió toda la habitación, el hombre, con el corazón en un puño, atinó a duras penas a darle al interruptor de la luz, y cuando ésta se hizo, comprobó que la supuesta sombra había desaparecido, pero todo el cuarto estaba completamente desordenado, las puertas del armario descolgadas, un espejo roto en el suelo, los cajones de la mesilla de noche abiertos y toda la ropa esparcida por la habitación. ¿Cómo era posible una cosa así? La primera reacción fue salir corriendo y buscar algo con lo que defenderse de lo que fuera aquello. La mujer y los hijos, que escucharon el fuerte golpe al abrir la puerta, salieron a ver qué pasaba. En ese momento ya bajaba el hombre con su escopeta en las manos y la canana al hombro. Entraron en la habitación y, como era de esperar, allí no había nadie. Comprobaron que todo estaba en orden, el espejo colgado en la pared, las puertas del armario cerradas, los cajones en su sitio. Increíble. El padre les explicó lo que había sucedido allí dentro, evidentemente, lo que quedaba de noche se la pasaron en vela, sentados en el salón con todas las luces encendidas. 

¿Qué estaba pasando allí? ¿Qué sucedía en aquella habitación? ¿Serían alucinaciones? Esas eran algunas de las muchas cuestiones que la familia se preguntaba. Por supuesto, ni se les había pasado por la cabeza decirle nada a nadie, pero un día, la mujer, hablando con una buena amiga, le contó ciertos detalles. Aquella amiga le dijo que se lo comentaría en confianza a un familiar lejano suyo que le gustaba investigar cosas parecidas -o sea, un servidor-. 

En fin, una vez que me pusieron al día, y después de terminar el té, me invitaron a subir a la famosa habitación. Tengo que decir que me lo pensé por un momento, pero ya que estaba allí, y viendo el agobio que tenían aquellas personas, le eché valor al asunto. Subimos por una angosta escalera hasta dar a un pasillo con varias puertas. Al fondo, otra escalera llevaba al lavadero y a la azotea. El hombre abrió la puerta del cuarto y pasamos todos al interior. En principio, una habitación como cualquier otra, pensé para mis adentros. La tarde estaba ya oscureciendo, miré por la ventaba entreabierta y vi las ramas del naranjo que había en la acera. Tengo que decir que la temperatura era algo más baja en esa estancia que en el resto de la casa. Lógicamente, yo no tengo recursos ni conocimientos para investigar un caso como el que nos ocupaba, así que, una vez salí de la casa, llamé por teléfono a un amigo periodista de Jerez con bastante experiencia en estos temas, pues había investigado varias casas donde sucedieron hechos cuanto menos extraños (no diré su nombre porque ahora ya no se dedica a esos asuntos). A la semana siguiente volví con mi amigo a aquella casa. La mujer nos recibió y pasamos al salón donde también se encontraba el hijo menor. Los demás estaban trabajando a esa hora. Madre e hijo accedieron a contarle al investigador todos los detalles del caso, con la novedad de que en los últimos días habían pasado más cosas. Ya nadie dormía en esa habitación, y desde hacía algunas noches los ruidos se habían extendido por el pasillo y por las puertas de todas las habitaciones. Además de los supuestos arañazos, también se podía escuchar algo parecido a murmullos, los cuales eran incomprensibles, pues no llegaban a ser claros del todo. La pasada noche, el marido se despertó porque ‘alguien’ le susurró al oído una palabra que entendió perfectamente: ‘Vete’. Parece que hasta sintió el aliento en su oreja. A la mañana siguiente empezaron a buscar otra casa de alquiler. No podían seguir así. El periodista, que traía algunos aparatos para medir las ondas, temperatura, etc., pidió subir a la habitación. Allí puso una grabadora durante unos 20 minutos. Las lecturas dadas por aquellos aparatos eran correctas, en principio no había nada extraño, sólo las anomalías de temperatura y humedad, que superaba el 90%. 

Pasado un mes, la familia ya había abandonado la casa. El periodista quiso volver a repetir las mediciones en la habitación y en el pasillo, pero los dueños de la casa vivían fuera y no fue posible llegar a un acuerdo con ellos. En fin, aquello pasó, la familia se mudó y la casa sigue actualmente vacía. 

El otro día, mi amigo jerezano me llamó -esa llamada fue el motivo de escribir todo esto- y me recordó aquel día en que lo llevé a ‘aquella casa’ de Prado en la que pasaban cosas en una de las habitaciones. Resulta que la grabación que realizó aquella tarde se le extravió y no volvió a saber de ella, pero 5 años después, en una mudanza, apareció de la nada. En principio no sabía en qué lugar la había grabado, pues tiene grabaciones de muchos sitios, pero un detalle que apareció en la dichosa grabación le hizo recordar a qué lugar pertenecía. Volcó el audio al ordenador, lo limpió de ruidos y en el minuto 3:06 apareció una voz susurrante: ‘Vete’. Me dijo que me enviaría una copia de la grabación por correo electrónico, y ahí la tengo, en la bandeja de entrada, esperando ser abierta. Aún no la he reproducido -ni creo que lo vaya a hacer-, prefiero fiarme de la palabra de mi amigo. 

Ya ven, de película de miedo, ¿verdad? Y es que, ya se sabe eso de que, a veces, la realidad supera con creces a la ficción, y todas esas cosas que vemos en la tele, puede que también pasen en algunas casas de nuestros pueblos y ciudades. 



NOTA: La primera foto es de una calle cualquiera de Prado. La segunda foto que acompaña a este artículo la tomó el hijo menor en su habitación, en ella se puede ver la pared más cercana a la cama, en la que, supuestamente, se escuchaban los 'arañazos'. Como dije al comienzo, la familia no consintió que se conocieran datos personales, ni siquiera la ubicación de la casa, así que es la única fotografía relacionada con el caso que puedo hacer pública.

NOTA 2: Esta historia la escribí en el año 2017 para el Noticiero Pradense, y posteriormente, en 2018 la recogí también en el libro El abajo firmante. La Noche de Ánimas de 2017 reprodujimos en el salón cultural Vela y Mora de Prado del Rey la grabación con la supuesta psicofonía. Ahora vuelvo a darle luz al tema, esta vez en El encalijo, porque hay algunas novedades. Hace unos meses estaba yo dándole a las teclas en mi casa cuando sonó el móvil. No logré reconocer aquel número, aun así, acepté la llamada. Contestó una voz que en un primer momento me pareció pertenecer a una persona bastante tímida: “No sé si se acordará de mí y de mi familia. Hace ocho años estuvo usted en mi casa”. En aquel mismo momento se me vino a la cabeza aquella humilde familia y su casa, una vieja casa que erizaba la piel con tan sólo llamar a la puerta, una pequeña puerta pintada de marrón claro. Aquella voz introvertida, después de refrescarme la memoria con los extraños hechos que acontecieron aquel lejano año, y de contarme la nueva vida que llevaban desde que se mudaron de casa y de pueblo, me dijo que "aquello" que todos habían intentado olvidar tantas veces… ¡estaba sucediendo otra vez! 

Ahora, inevitablemente, una pregunta ronda mi cabeza: ¿les hago una visita? 


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